En el artículo que escribí en el Anuario 2021 de El Económico, titulado «Demanda eléctrica», enumeré algunas razones del aumento del precio del mercado como el aumento del precio del gas por el incremento de la demanda mundial y por las características de nuestro mercado eléctrico a la hora de determinar el precio horario de la energía. Desde entonces, la situación ha empeorado con la guerra de Ucrania, aunque afortunadamente hemos tenido un invierno suave que ha ayudado a limitar sus efectos.

Para intentar contrarrestar los precios tan elevados que hemos vivido en los últimos meses el Gobierno ha intervenido el precio del gas y ha conseguido llevar a Europa el debate sobre la conveniencia de modificar el mercado eléctrico.

Un análisis básico de este modelo basta para observar que pueden darse dos extremos en relación al precio horario de la energía. Uno, que el precio resultante sea casi 0, como ha sucedido los últimos días de enero, donde «ganamos» los consumidores y pierden los inversores. El otro, donde el precio lo cierre una tecnología fósil de coste disparado. Puesto que en el horizonte sólo se veía el primer problema, siendo el segundo muy remoto, el Gobierno no había mostrado ningún interés en modificar este mercado.

La Comisión Europea ha recibido en estas últimas semanas las propuestas de los distintos países para modificar este mercado (es el mismo para los países de la UE) y hace escasos días ha presentado su propuesta oficial que ahora deberá ser ratificada por el Parlamento Europeo. En Europa hay dos posturas encontradas, una encabezada por España que parece que ha tomado al fin conciencia tanto del problema actual como el de la futura canibalización de los precios y ha venido a solicitar un precio regulado para las renovables, que incluya el reconocimiento a su inversión, y otra, liderada por Alemania, que quiere evitar modificaciones profundas del actual sistema argumentando que estamos ante un problema coyuntural y que, precisamente, estos altos precios son la señal adecuada para que los inversores inviertan en energía verde.

Modificar este sistema es complejo y puede desincentivar la descarbonización pues desaparece parte del incentivo económico que el mismo asegura en este momento. Además, al bajar ficticiamente el precio del gas sube la demanda, que se tiene que satisfacer mediante más generación con gas, lo que supone al final la incongruencia de provocar un aumento de las emisiones y la demanda de combustibles fósiles. De todos modos, tan absurdo es pagar a la energía renovable el coste del ciclo combinado como pagarle cero euros.

Tiempo habrá de analizar bien la propuesta recién presentada por la Comisión Europea, pero con una rápida lectura vemos que mantiene el mercado marginalista como está, de forma que si se repiten las circunstancias volveremos a tener precios altísimos de la energía. Para evitarlo, ofrece incentivar a los propios actores del mercado para favorecer contratos a largo plazo con precios fijos que sean bajos y estables. Veremos si es suficiente.

Hay más de 100GW renovables con permisos de conexión concedidos, con avales que se perderán si no se construyen antes de cinco años, cuando la punta de consumo nacional está en torno a los 45GW. ¿Qué haremos con todos los excedentes que se prevén? ¿Se regulará económicamente el almacenamiento para que sea rentable gestionarlos? ¿Habrá que ir desconectando parques como ya se ha hecho en algunas horas determinadas? ¿Se ampliarán las conexiones con Francia para poder dar salida a toda esta energía? ¿Se emplearán para generar hidrógeno? ¿Intentaremos aumentar la demanda electrificando todo lo que sea posible? Ninguna de estas soluciones es barata. Bajo la premisa de que el mercado se autorregula no hay anticipación, no hay planificación, parece que a medida que lleguen los problemas se irán sorteando como se puedan.l