El método del cálculo del PIB puede parecer arcano y arcaico pero es indispensable porque es la base de la mayoría de sistemas matemáticos que los expertos, y quienes no lo son, utilizan para analizar y predecir cosas como que “la economía balear crecerá por encima de la media europea”, “la guerra lastrará nuestra economía” u otras afirmaciones similares. Sin embargo, a ninguno de los lectores de este anuario se les escapa que, igual que la felicidad de una persona no se mide solo por un único indicador –su cuenta corriente, por ejemplo-, cometeríamos un error cuando para medir la prosperidad o el bienestar de una región atendiésemos exclusivamente al PIB -y a sus variaciones- como variable fundamental, sin tener en cuenta otros parámetros como la forma en que esa región logra el crecimiento, la distribución de la riqueza o la propia composición de ese indicador.

Por eso, desde hace décadas, se nos advierte que un PIB creciente no garantiza el progreso nacional o regional, porque ese crecimiento, medido siempre en transacciones que implican dinero, puede reflejar, en realidad, que sucedan –y de hecho suceden- también cosas negativas (deterioro ambiental, pérdida de recursos naturales, contaminación, empleos de mala calidad, pobreza oculta, economía especulativa, etc.). La realidad socioeconómica es siempre muy compleja, multivariada, y en la que intervienen y coexisten múltiples factores entrelazados que juegan su papel crítico en lo que Judea Pearl, denomina “la nueva ciencia de la causa y el efecto”. Por ejemplo, ¿por qué el impacto de la pandemia por coronavirus SARS-CoV-2 ha sido tan heterogéneo en el PIB de los diferentes países y de las regiones? ¿Por qué está menguando el PIB por habitante en las regiones insulares españolas?

En un intento de aproximarse más a la realidad en España, el Instituto Nacional de Estadística (INE) viene realizando desde el año 1980 una operación estadística, Contabilidad Regional de España (CRE), cuyo principal objetivo es ofrecer a una descripción cuantificada, sistemática y lo más completa posible, de la actividad económica regional y en base a ella podemos analizar, comparar y evaluar la estructura y la evolución temporal de la economía, por ramas de actividad, en nuestra comunidad autónoma. De su observación detallada, en lo que va de siglo XXI, destacan:

1. Mientras el “producto” balear global se ha doblado en estas dos décadas (pasando de 16.554 –año 2000- a 34.172 –año 2019- millones de euros), la evolución de sus ramas de actividad ha sido muy diferente, incluso antagónica. Así, la industria manufacturera está estancada en los mismos valores de hace 20 años (842 millones año 2000 y 846 en el año 2019), y ha continuado, a pesar de leyes y discursos, la mengua implacable de la agricultura, ganadería y pesca (-22%) que solo supone ya un 0,75% de nuestra economía. El mismo camino seguido por la rama de “Información y Comunicaciones” (- 14%) , en un mundo y en una época teóricamente de TIC. Al mismo tiempo las “actividades inmobiliarias insulares” se han multiplicado por 4,73 (de 975 millones a 4.618 millones) y suponen hoy un 17% de nuestro producto. El comercio y hostelería (x1,8); la Administración pública -sanidad, educación y servicios sociales- (x2,4).

2. Las regiones con las tasas de variación del PIB más negativas en 2020, en plena pandemia, fueron las regiones insulares (Balears -21,7% y Canarias -18,1%). Y hay que tener en cuenta que los 19 territorios regionales de España (-10,8%) registraron descensos de volumen de su PIB superiores al de la Unión Europea (UE27) que fue del -5,9%.

3. Si, por último, analizamos el PIB por habitante la Comunidad de Madrid registró el valor más elevado en 2020 (con 32.048€), seguido del País Vasco (30.041€) y Navarra (29.314€). La media nacional se sitúa en 23.693€ y la de la UE en 29.890€. Muy por debajo de esas cifras citadas está Balears, que ha caído en este siglo, hasta la novena posición regional con 22.048€ por habitante. Canarias, otra región insular, ocupa la posición de cola con 17.448€.

Estamos pues hoy mucho más cerca de la cola que de la cabeza, (a 10.000 euros de Madrid y a 4.600 de Canarias) y esa anemia progresiva del “producto” por persona tiene que hacernos recordar a uno de nuestros escasos premios Nobel, Jacinto Benavente, que fue quien mejor lo dijo: “El dinero no puede hacer que seamos felices, pero es lo único que nos compensa de no serlo”. Y lo único, añadiría, que nos permite tener unos servicios públicos fundamentales (educación, sanidad y sociales) de auténtica calidad.l