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Ni siquiera minutos después de proclamarse campeón dejaba de llorar Rafael Nadal en la silla mientras se organizada la ceremonia de su decimocuarta coronación. Mientras digería el cúmulo de sentimientos miraba a la grada paladeando otro momento único entre la emoción del sacrificio que ha valido la pena y la satisfacción de su conquista. Sólo las palabras de Ruud, le sacaron las primeras sonrisas, que se ampliaron cuando la legendaria Billie Jean King le entregó el trofeo.

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Tras sonar el himno, el de Manacor, que va ampliando su vocabulario en, inició su discurso deseándole lo mejor a su rival y como siempre acordándose de su equipo y familia, entre los que también había también esa mezcla de alegría y liberación. Sólo los más cercanos saben lo que pasa de puertas para adentro, donde se ve y se siente el peaje que hay que pagar para seguir aspirando a lo máximo.

Nadal es el primero en decir que no hay heroicidad en lo que hace por someterse a tratamientos como el que ha vivido en Roland Garros, pero saber lo que ha hecho también invita a reflexionar al resto sobre hasta dónde estaríamos dispuestos a llegar.