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Cuando el Mallorca perdió a Vicente Moreno Peris, el arquitecto de la gran catarsis y el doble ascenso, la sensación de orfandad que se extendió entre la hinchada balear resultó enorme. Casi tóxica. Después de tres temporadas explosivas, el preparador valenciano decidió cambiar de banquillo.

Apenas dio explicaciones, simplemente forzó la máquina para irse al Espanyol. En plena convulsión, el club balear decidió entregar su proyecto a Luis García Plaza, que sumaba varios años en el fútbol asiático. Del madrileño casi todos recordaban su magnífico trabajo en el Levante, las turbulencias que vivió en Getafe y su efímero paso por el Villarreal.

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Sencillo y lacónico, García Plaza se mostró desde su primer día en el Mallorca como un tipo claro y transparente, perfil y rasgos que ha trasladado a su gestión deportiva. Su equipo va como un tiro, anoche también liquidó al Castellón (3-1), y su pragmatismo es la extensión de un entrenador intuitivo, de los que casi nunca hacen cosas raras. Sí el calendario se concentra se hacen rotaciones y sí Abdón Prats marca goles, pues es titular…

Es innegable que García Plaza se encontró con un equipo hecho y un andamiaje proyectado, pero su aportación está ahí. El Mallorca que defiende el liderato con uñas y dientes lleva su sello. El de un entrenador que le preocupa más mejorar que inventar.