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El fútbol siempre ha estado abierto a todo tipo de debates. Es un aspecto inherente a su estructura. A su ADN como fenómeno de masas. En este viejo juego convertido en industria, las verdades son casi siempre relativas, aunque casi todos agachan la cabeza ante una realidad contundente: el resultado. Otra cosa es el camino elegido para lograr el éxito, pero su luminosidad lo eclipsa todo.

El Mallorca, que defendía su liderato, pasó por encima del Logroñés sin montar ningún estruendo, pero volvió ganar (4-0) y sus números son bárbaros. Es innegable que al grupo de García Plaza casi todo le sonríe, incluso el VAR, pero su trayectoria y prestaciones exigen un análisis más elevado. La escuadra balear edificó su enésimo triunfo del curso sobre la fatalidad de su adversario, aunque eso también hay que saber hacerlo. Su tendencia está por encima de aspectos azarosos. Es casi imposible que encaje un gol y la aritmética delata que lleva camino de destrozar alguna marca.

El cartel del partido evocaba a otros tiempos. Al siglo pasado. El Logronés, aunque refundado, siempre fue un clásico. Su reencuentro con el Mallorca acabó adquiriendo tintes de simulacro. En clara desventaja desde el principio, su adversario no necesitó apretar el acelerador para dejarlo tiritando.