César Mota, auxiliar del Real Mallorca en 1999, muestra uno de los balones con los que se jugó la final de Birmingham. | Miquel Alzamora

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El miércoles 19 de mayo de 1999 el Mallorca jugaba contra la Lazio la última Recopa de la historia. Fue la gran fiesta del mallorquinismo que si bien hasta la fecha había vivido ascensos fuera y lejos de Palma y dos finales de Copa como la de Madrid (1991) y Mestalla (1998), además de la Supercopa también en el 98, no fue hasta el mes de mayo del 99 cuando se puso a prueba la capacidad de la Isla de ‘vaciarse’ por unas horas y llevar a cabo el traslado en cuestión de horas de 7.000 aficionados. Este sábado en ultimahora.es ofreceremos un documental imprescindible dedicado a rememorar esa efeméride de la que este domingo se cumplen 20 años.

Por aquel entonces los teléfonos móviles solo servían para llamar y comunicarse mediante la voz. No existían ni las redes sociales, ni el WhatsApp, ni Netflix...Se entraba en la época de internet, pero ni mucho menos había explotado la fiebre tecnológica. Las imágenes de televisión de ese partido ahora transitan entre el ‘Poltergeist’ y el color desgastado de las cintas de toda la vida e incluso las fotografías no tienen ese brillo especial que dan las cámaras ahora digitales. Hace 20 años, pero tecnológicamente hace un mundo.

Los aficionados vivían un sueño; muchos futbolistas de esa época jugaban su primera final y el periodismo de la Isla trataba de asimilar una situación que no por ser habitual entraba todavía en la normalidad. Posteriormente sí fue frecuente ir por Europa, jugar más finales, llegar a la Champions incluso, pero ese 20 de mayo, un día nublado, frío e incluso con lluvia en Birmingham, el Mallorca terminó de asombrar a Europa y coronó a Cúper como uno de los entrenadores ‘top’ en el panorama internacional. Fue la época del «Cúper quédate», aunque finalmente fichó por el Valencia; el curso en el que Roa poco después de esa final decidió unir su vida a Dios y el segundo año consecutivo en Primera tras el ascenso de Vallecas donde todo salía bien.


Birmingham supuso la consecución de un enorme éxito colectivo, deportivo, social y de crecimiento del Mallorca como club y como elemento vertebrador. El equipo se convirtió en un símbolo, el escudo en un sello de identidad y los éxitos en el orgullo de una afición que daba su aliento y su apoyo a un equipo grande. El club creció, el equipo también y Villa Park fue la explosión, el punto de inflexión que hizo pensar al club que si seguía con la misma política, si continuaba con idéntica hoja de ruta, los éxitos podrían multiplicarse. Así fue.


Aglutinaba el club la fuerza y el poder económico de Antonio Asensio, pero la administración y el control deportivo se mantenían en Palma con Mateu Alemany y Pep Bonet al frente de las áreas más importantes: la económica y la futbolística. También institucionalmente el Mallorca mantenía su raíces aquí con un consejo bien respresentado por gente de toda la vida vinculada de una forma u otra al club. Todo en conjunto fue madurando con el tiempo, mejorando incluso. Sus dirigentes no se nublaban con los éxitos ni tampoco se hundían con los fracasos. Porque el fútbol es un equilibrio entre aciertos y desaciertos arriba y en el césped y en esa época por conocimiento y por destreza los aciertos eclipsaban en mucho a los errores.

Birmingham supuso la continuidad del trabajo bien hecho. El curso anterior se fueron hombres como Mena, Valerón, Iván Campo, Amato y Kike Romero, pero llegaron otros como Miquel Soler, Siviero, Lauren, Ibagaza, Dani y Biagini. Además continuaban dando un rendimiento impresionante hombres como Roa, Olaizola, Marcelino, Engonga, Stankovic, Paunovic, Niño y Carlitos. Se consiguió unir a un grupo de futbolistas que hicieron de la convivencia una virtud más y que se unió al talento, la chispa, la garra y la magia sobre el campo. Los resultados, la inercia ganadora y el sentimiento de tener un club grande se asentó entre la afición que empezó a acostumbrase a la bueno, a ver a su equipo jugar sábados y miércoles. Los equipos grandes partían de inicio con la intención de ganar títulos, pero el Mallorca les ganaba a los grandes. Les tuteaba, les inquietaba y por momentos les metía en crisis deportivas e institucionales.


Era la época de los ‘barracones’ en Son Bibiloni, de las casetas prefrabricadas y por momentos de las ruedas de prensa de Cúper bajo un almendro, en una mesa de oficina de las de despacho caposo con una botella de seis litros de agua. El club crecía, pero los inicios por la ciudad deportiva fueron así. Villa Park fue el clímax, el éxito colectivo, el momento donde las lágrimas de orgullo y emoción se entremezcaron con la pérdida de una final por culpa de un gol de Vieri y otro de Nedved, que no debió subir al marcador. Ambos neutralizaron el tanto de Dani. Se cumplen 20 años. Un mundo según cómo se mire o casi anteayer. Depende de la edad. El tiempo no perdona y en ocasiones solo los recuerdos endulzan una realidad diferente. Tal vez vengan tiempos mejores, pero Birmingham y los que hicieron posible esa final tendrán eternamente un lugar en nuestros corazones.