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En cada victoria del Mallorca subyace un punto de emotividad que distingue al grupo de Moreno del resto de la tropa que transita por Segunda. Es un hecho perceptible, al igual que el ánimo reivindicativo que destila el equipo en cada una de sus apariciones.

A partir de su presunta inferioridad, la escuadra balear se ha aferrado a una idea y encara sus partidos con un pasión que ha fortalecido su conexión con la grada. Cuatro jornadas después, nadie debería poner en duda que al abrigo de Son Moix el Mallorca es capaz de cualquier cosa.

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Resulta injusto negar a este equipo su capacidad para generar fútbol, pero la incondicional entrega con la que se aplica en cada partido lo eclipsa casi todo.
Fue quizás ante el Cádiz el día que fluyó casi todo de golpe. Es probable que un empate final —que a ratos parecía inquebrantable— hubiese reabierto el debate sobre la necesidad de incorporar a un nueve de referencia, pero el sentimiento que genera el equipo hubiera sido el mismo.

De momento, casi todo lo que toca Vicente Moreno lo convierte en oro. Ahí están los dos laterales —Salva Ruíz y Fran Gámez— o el propio Salva Sevilla, que incluso parece mejor futbolista que la temporada pasada. O gente como Xisco Campos y Abdón, un par de sospechosos habituales que aparecen en el reparto de un equipo que engancha y entusiasma casi a partes iguales. Ahí está, en ascenso directo.