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Después de pasarnos un montón de meses hablando de finales, el Mallorca le dijo adiós a su afición jugando una de verdad. El problema es que el premio por ganarla es infinitamente menor al que se trajo el Mallorca de Anduva o al que agarró el Rayo Majadahonda cuando la vida se le escapaba. Por eso, el fin de fiesta —reducido además por la lluvia— solo sirvió para deslizar las cortinas de Son Moix hasta que entre de lleno el verano y para aclarar que los partidos de postemporada son todavía peores que los de pretemporada.

La grada, que disfrutó al fin de un epílogo dulce, libre de espinas y despojado de sobresaltos, aprovechó la mañana para acabar las serpentinas y pedir la continuidad de Moreno. En el campo y con un once plagado de actores secundarios a los que el técnico quiso premiar todo el trabajo realizado al margen de los focos desde julio, el Mallorca cumplió. Empequeñeció a un Rayo Majadahonda mucho más fiel a la estampa que ha exhibido a la hora de la verdad y abrochó un ejercicio sin apenas manchas como local en el que solo el Ebro le dejó en blanco. Colorín, colorado...