Miquel Soler, entrenador del Mallorca, gesticula durante una reciente rueda de prensa. | Pere Bota

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«Las ligas se deciden en los diez últimos partidos. Lo de antes sirve para saber cuáles serán tus objetivos y hasta ese momento la única cuestión es estar en la pomada». Luis Aragonés, uno de los técnicos más respetados del fútbol español y uno de los más grandes que ha conocido el Mallorca, establecía su particular Zona Cesarini en un sector de la temporada en el que casi todos los movimientos resultan decisivos.

Su fórmula, que está más vigente que nunca, empieza a cobrar sentido a partir de esta misma semana. Sobre todo para un equipo que llega a las últimas curvas del calendario con la depresión metida en el cuerpo y un montón de asuntos pendientes.

Por tercera temporada consecutiva, el Mallorca se asoma a esa miniliga mirando hacia abajo y con una batería de malos recuerdos martilleándole. Llegados a este punto, el conjunto balear está obligado a orientar su radio de acción hacia la supervivencia. Y a conseguirla de la manera menos traumática posible.

Con solo dos partidos de margen con respecto a la zanja del fondo de la clasificación, el requisito imprescindible es reunir al menos 13 puntos más —el equipo suma ahora mismo 38—, una cifra que le permitiría atravesar la verja de los 50 puntos y ponerse a salvo. Especialmente esta temporada, que parece que la permanencia será más barata que en anteriores ediciones del torneo.