Tomer Hemed saluda a unos aficionados tras el partido contra Las Palmas, el último de la temporada disputado en el estadio de Son Moix. | Joan Torres

TW
2

Diez meses después, Son Moix se despide del fútbol hasta la temporada que viene. Sin conocer aún el rango que tendrá a partir de este verano y pendiente de lo que suceda en la última jornada de un curso infernal, el recinto mallorquinista embala su primera campaña en Segunda con la sensación de que nada ha cambiado. Entre otras cosas, porque su inquilino ha vuelto a malgastar su condición de local mientras redactaba unos números que apenas mejoran los del ejercicio anterior, el que servía hasta ahora como faro del derrumbe. Aunque el partido ante Las Palmas ha ayudado a dejar al equipo a un paso de la orilla y a suavizar la agonía, la enfermedad, al menos en su fase más crítica, ha encontrado en el Camí dels Reis el caldo de cultivo necesario para seguir extendiéndose. A nivel deportivo, pero también social. Porque entre la revuelta de aquella calurosa noche con el Murcia como testigo y los cánticos contra el consejo del pasado sábado, el cuartel general del club solo se ha usado como trinchera y acaba de echar el pestillo sin un solo consejero de peso en el palco.

En clave mallorquinista, Son Moix lleva mucho tiempo acordonado, señalado como zona de conflicto. Con los números en la mano, la situación del Mallorca es lógica: 30 puntos de 63 posibles, casi tantas derrotas como victorias, únicamente 27 goles a favor y 26 en contra, la segunda peor marca del torneo, solo superada por el Alavés. El ocaso del primer equipo y su reingreso en Segunda iban a convertirlo en uno de los campos con más minas de la división de plata, pero en su lugar permanece cubierto de tierra quemada. Quizás por eso, los 10.269 espectadores que ocuparon sus gradas el 25 de agosto para darle la bienvenida al campeonato necesitaron muy poco para girarse contra el palco y abroncar a Llorenç Serra Ferrer con más fuerza incluso que el día del descenso. Las carreras de Tete y los goles de Kike García convirtieron el partido, altamente inflamable, en un infierno para el máximo accionista. Y desde entonces, las fiestas que se han celebrado entre sus paredes no llegan ni a la decena.

La primera tuvo lugar el 7 de septiembre y la pagó el Alcorcón, que se encontró a la hinchada local con las uñas afiladas por las tres vergonzosas derrotas que había encadenado el Mallorca en pleno aperitivo de la liga. Después se estampó allí el Mirandés, ya con el equipo mirando a lo alto, pero el Zaragoza de Paco Herrera le lanzó otra granada a comienzos de octubre que interrumpió, de nuevo, la aclimatación de la plantilla y la afición a un contexto en el que siguen sin encontrarse a gusto.

Son Moix sirvió de plató a las mejores escenas de la campaña entre el 20 de octubre, cuando pasó por su caja el Castilla, y el 2 de febrero, justo cuando el Sporting volvió a profanarlo con un fútbol más serio, preciso y elaborado que el que proponía el titular del domicilio. Entre una representación y otra, tres victorias y cuatro empates sobre los que ahora reposa el Mallorca a la espera de mantenerse.

Pasa a la página siguiente