Biel Cerdà, Llorenç Serra Ferrer, Pedro Terrasa y Jaume Cladera, siguiendo anoche el partido desde las gradas de El Madrigal. Fotos: HEINO KALIS

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Seis meses después de alzar por última vez los brazos en terreno enemigo, el Mallorca sigue encallando cuando atraviesa los muros de Son Moix. Los bermellones, que anoche acentuaron su depresión en Villarreal, siguen exhibiendo importantes lagunas como invitados y están redactando unas estadísticas demasiado tóxicas para sus intereses.

La última vez que el Mallorca regresó a casa con una sonrisa pintada en la cara fue hace algo más de medio año. Concretamente, el pasado 1 de marzo. El conjunto visitaba entonces el estadio de Cornellà-El Prat y se imponía a un Espanyol en plena caída libre gracias a los tantos de Webó y Nsue, que iluminaban un gran segundo tiempo y neutralizaban la diana con la que había abierto el fuego Àlvaro Vázquez.

Desde entonces, el Mallorca ha ido completando una travesía por el desierto cada vez que ha tenido que hacer las maletas para emprender una aventura como forastero. Y con la de anoche, acumula ya ocho salidas en falso. Tras salir victorioso del domicilio espanyolista, con el que aparentemente daba prácticamente por zanjado el reto de la permanencia, los de Michael Laudrup irrumpían en el Ciutat de Valencia y con un afortunado lanzamiento de falta de Ramis atrapaban un punto que les acercaba un poco más a su fin. O al menos eso parecía.

Semanas después, el Mallorca recibiría uno de los golpes más importantes de la segunda vuelta y agudizaría su mal momento de forma para meterse de lleno en el fango. Hincó la rodilla en Riazor cuando tenía el partido controlado y motivó la reaparición de las dudas y las alarmas en torno a Son Moix.

El conjunto balear, sin embargo, acabó de desplomarse en sus dos desplazamientos siguientes. Primero en Málaga, donde se fue barrido del campo por la pujante formación de Manuel Pellegrini (3-0). Y poco después en Santander, ante un Racing que aprovechó la visita isleña para llenarse los pulmones de oxígeno y blindar su autoestima.

El Mallorca se introdujo en los episodios más decisivos de la competición visiblemente tocado, aunque con un colchón todavía importante a sus espaldas. Eso sí, lo desinfló rápidamente. Rescató un punto fundamental ante un Hércules que firmaba su acta de defunción en ese mismo careo y entregó a continuación las armas frente a un Almería condenado al descenso desde muchos días antes. Sus pésimos registros como visitante le forzaban a jugarse el futuro en una última jornada agónica y aunque al final salvó el cuello, lo hizo temblando de arriba a abajo.

La historia se repite

Después de cruzar el verano parecía que el Mallorca había aprendido la lección, aunque su pésima planificación deportiva provocó que el equipo pasara a la acción demasiado lastrado. Fracasó en el Villamarín y reeditó anoche un nuevo gazapo en Villarreal, una plaza convertida en territorio maldito desde el año 2003, cuando festejó allí su última victoria. El próximo 1 de octubre, justo siete meses después de su último triunfo a domicilio, tendrá una nueva oportunidad en Pamplona. Y conviene aprovecharla.