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Como el año pasado e igual que en once de los últimos quince, Rafael Nadal vuelve a reclamar este domingo (15:00/DMAX y Eurosport) el cetro de la tierra. El rey de la tierra batida aspira a conquistar Roland Garros por duodécima vez ante la misma amenaza que en 2018, la que encarna Dominic Thiem, que insiste en su empeño por consumar el relevo generacional.

El defensor de la corona quiere seguir reescribiendo la historia y poner el colofón a una campaña de tierra irregular abrazando el gran objetivo del curso. Ha forjado su leyenda de invencible sobre una superficie en la que su rival ha ido ganando enteros para asomarse a la batalla decisiva. El mallorquín, por su trayectoria y también por su rendimiento reciente, parte como favorito. Es el rival a batir como tantas otras veces y quiere levantar su décimo octavo grande, lo que le permitiría acechar los dominios de Federer y alejarse de Djokovic en esta carrera.

Tras ir de menos a más durante la temporada de tierra batida y en el propio torneo, Rafael Nadal encara el momento decisivo con su mejor versión. Con la moral reforzada tras el título de Roma y su puesta en escena sobre la tierra de París, el defensor de la corona ha exhibido unas excelentes prestaciones en todos los aspectos del juego y no ha visto alteradas sus rutinas por la lluvia. Este sábado se ejercitaba en la pista cuatro de Roland Garros mientras tenía como fondo los vítores procedentes de la central, de la que iba a salir su rival por el título.

Condiciones

Thiem tendrá que sacar a relucir su resistencia y fortaleza física, ya que será el cuarto día consecutivo en el que tenga que salir a la pista para competir. Mientras no para de jugar desde el jueves, Nadal ha disputado únicamente un partido. Sólo la juventud y buena preparación del austríaco minimizan los efectos del desgaste tanto físico como psicológico al que se ha visto sometido, en especial, tras una semifinales dividida en dos días ante Novak Djokovic que le ha tenido cuatro horas y 13 minutos en liza. La ilusión y el hambre también hacen el resto.

La experiencia, como no podía ser de otra manera, vuelve a estar del lado de Nadal, cuyos números forman parte de la leyenda de Roland Garros, donde ha ganado 92 de los 94 partidos que ha disputado contabilizando únicamente dos derrotas ante Robin Soderling en 2009 y Novak Djokovic en 2015. A su dominio de la superficie y nivel de tenis, hay que unir el conocimiento de las dimensiones de la Philippe Chatrier, un escenario único en el que dispone de más espacio y en el que sabe negociar como nadie las sensaciones del viento.

Nada tendrá que ver el partido con Thiem respecto a los que le ha tocado vivir al mallorquín ante Nishikori, que llegó tocado físicamente, o Federer, que jugó siempre al ataque. Vendavales al margen, el austríaco, igual que Nadal, expone su mejor tenis sobre la superficie roja y entiende bien la forma de jugar en arcilla. Será determinante llevar la manija y para ello el de Manacor tendrá que sacar a relucir su agresividad. Además, tiene la oportunidad de volver a incomodar a su adversario con el bote alto de su bola sobre el revés a una mano del austríaco.

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Las 25 finales de Grand Slam que acumula el número dos del mundo en su historial le conceden el bagaje para mantener las pulsaciones en su sitio. Para Thiem, que este año ha logrado su mayor victoria al conquistar el Masters 1.000 de Indian Wells, será su segunda final consecutiva en París, pero ante Djokovic ya dejó constancia que, además de en juego, ha ganado en madurez. No le pudieron ni las interrupciones ni tener delante a un animal competitivo como el serbio y accedió a la final porque fue mejor en los puntos importantes. Se le encogió el brazo a la hora de cerrar el partido pero se sobrepuso y tumbó a Nole, que era el único jugador que no había cedido un set.

Reencuentro

Tanto el año pasado como en la presente edición el propio Nadal ha insistido en que es consciente de que cada vez son menores las opciones de encontrarse en situaciones como la de hoy. El inexorable paso del tiempo reduce las oportunidades de pelear por muchos más títulos en París y quiere exprimir la que se le presenta este domingo. En situaciones límite es cuando todavía es capaz de dar un extra y la final ante Thiem es una de esas ocasiones que no quiere dejar escapar.

El austríaco, a sus 25 años, encara el choque con otro talante y en la rueda de prensa posterior a su victoria ante Djokovic ya dejó entrever que no quiere meterse demasiado presión. Sabe que al otro lado de la red tendrá al rey de la tierra en general y de París en particular y que en el futuro dispondrá de más ocasiones si vuelve a hincar la rodilla.

Como siempre los precedentes ofrecen argumentos a cada uno para cargarse de sensaciones positivas. Nadal, que manda 8-4 en el global de sus duelos y 7-4 en sus partidos sobre tierra batida, se mostró superior en las dos últimas ediciones del Grand Slam francés. El mallorquín le ganó en tres sets tanto en la final del año pasado como en las semifinales de 2017 e hizo lo propio en su partido de segunda ronda en la edición de 2014.

Tres de tres y nueve sets a cero son los registros de los que puede presumir el jugador isleño en sus encuentros con Thiem, que también tiene precedentes a los que agarrarse para ser optimista. Y es que el austríaco salió airoso en su último partido de semifinales del Conde de Godó hace apenas un mes y medio y es uno de los pocos jugadores que puede decir que ha doblegado cuatro veces al rey de la tierra.

El factor ambiental sí puede estar del lado del hombre que entrena el chileno Nicolás Massú. El público se puso de su lado en las semifinales ante Novak Djokovic y salvo sorpresa lo hará hoy en su duelo con Nadal, que en cualquier caso ya ha pasado por situaciones similares, sobre todo, en sus choques con Roger Federer. La grada quiere caras nuevas y tratará de darle un impulso a la frescura que representa Thiem, el único que ha sido capaz de colarse entre la vieja guardia en las últimas instancias de un torneo en el que Nadal vuelve a reclamar el trono. Su trono.