Muller, en la jugada del primer gol. | Teresa Ayuga

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Es la Champions del Palma Futsal, la de toda Mallorca. Pero también la de Muller (MVP) y sus manos providenciales y, por encima de todo, la de Miquel Jaume, el padre del nuevo campeón de Europa. Y la de José Tirado, Antonio Vadillo y todos y cada uno los que, con la agonía que lleva en el ADN esta entidad, han llevado a la Isla a la cima tras una tanda de penaltis que ya forma parte de la historia. Como el lanzamiento de Rivillos y la parada de Luan, que hicieron enloquecer a un velódromo que fue por unos días la capital europea del fútbol sala.

Solo un club como el Mallorca Palma Futsal -y la UEFA, claro está- es capaz de transformar el Velòdrom Illes Balears, una instalación diseñada por y para el ciclismo en pista, en un recinto cinco estrellas y amoldarlo al fútbol sala. Dieciséis años después de aquella tórrida tarde en la que Joan Llaneras se colgaba su último oro en un Mundial, el innombrable Palma Arena volvió a vivir una velada de gloria. La que agotó el papel (5.280 espectadores) y nadie quiso perderse. Más en estas fechas...

En un extremo del palco, en la primera fila, José Tirado, Tomeu Quetglas y Maria Jaume, la hija de quien puso la primera piedra, vivían el momento con la mezcla entre emoción y pasión que requiere un día único. Irrepetible. A su vera, Fede Vidal -seleccionador español-, Pep Sansó, Francina Armengol, de verde para la ocasión, Catalina Cladera y José Hila encabezaban la alineación política. Pero faltaba alguien: Luis Rubiales. El presidente de la Federación Española no apareció el día que uno de sus equipos se jugaba ser el mejor de Europa. Y en Palma. Por protocolo, Zvonimir Boban era, pues, la máxima representación federativa. Poco más que añadir, más allá del recurrente argumento: cuestiones de agenda.

Horas antes, la Fan Zone ya carburaba y coloreaba la atmósfera de la fimalísima. Mientras Benfica y Anderlecht se disputaban el tercer puesto, las 'mareas verdes' se instalaban en los exteriores del Velòdrom. Seguidores del anfitrión y del Sporting convivían en un ambiente alejado del de otras finales de Champions.

El calentamiento, en el que las caras de tensión se palpaban a pie de parqué, lo acabó de adobar la actuación de una de las figuras del momento. Vicco arrancó los primeros aplausos de los aficionados al ritmo de 'Nochentera' en el último momento de asueto que ofreció el partido. Hasta que Rivillos hizo estallar al Velòdrom. Lo hizo con un providencial toque que alcanzó las mallas y llegó al corazón de una Isla que, ahora sí, creía en un título. Y no uno cualquiera.

La gente se lo creía, corría el crono y avanzaba la segunda parte. Pero también apretaba el Sporting, al que Zicky metió de nuevo en la final con un gol que no apagó la llama de la ilusión. Más cuando el VAR anuló el 1-2 a favor de los lusos e hizo cambiar la historia en una segunda parte agónica que señaló el camino de otra prórroga. Y de los penaltis. En los que, esta vez sí, salió cara. Rubiales se lo perdió, pero desde el cielo, Miquel Jaume la disfrutó como parte indisoluble de uno de los grandes momentos de la historia del deporte balear. Como lo hizo su hija, entre lágrimas, al ver alcanzado el sueño que tantos años persiguió su padre: alzar un título. El primero y el más grande.