LA CONTRACRÓNICA

Y es que 167 kilómetros dan para mucho...

Del chubasco a oscuras antes de salir a algún tirón de orejas, muchos amigos en ruta y emociones encontradas con un recuerdo para Phil, el compañero que no llegó a meta

El autor de esta contrarónica, con su medalla de 'finisher' en la meta de la Playa de Muro. | Foto: R.B.

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Son las cuatro de la mañana y suena el despertador. Hace menos de tres horas que nos metíamos en la cama, como quien dice recién llegados de ver Porto Cristo. El resultado lo dejamos para otro momento, pero al menos valió la pena ver el primer gol con las amateurs de mi hija mayor. Al grano. Llegó el gran día. Doce meses esperando el 26 de abril. Y como cada último sábado de ese mes toca madrugar. Pero hacerlo con una ilusión, con una motivación. Pero también con el respeto que supone rodar junto a 8.499 compañeros -2.599 paisanos- llegados de todo el mundo para compartir una afición.

Lo de compartir objetivos ya es otra cosa. Unos van a hacer posición, tiempo; otros, a acabar y pasarlo bien dentro de nuestras posibilidades. Es la Mallorca 312, un día señalado. El único en todo el año que sales por la puerta sin hora de regreso. Aunque lo importante es volver. No lo pudo hacer Phil, un compañero británico al que no conocía, pero al que recordaré porque perdió la vida haciendo lo que más le gustaba en lo que era un día de fiesta. Por él, en su recuerdo, va buena parte del relato de 167 kilómetros que dan para mucho.

Yo mismo era el primero que no daba un duro por mí. El dorsal 235 iba para la Mallorca 225 en octubre (todo llegará...) y acabó, con tos, repitiendo la corta. Que no es poco, oiga. Pasan unos minutos de las 4:30 de la madrugada y se ven luces en las habitaciones, se oye ruido de fondo en la calle y el sonido de las bicicletas te acompaña al comedor. A cargar pilas tras, pocas horas antes, cenar en un restaurante de comida rápida. Que no es lo suyo. Eso es pedir a gritos el suspenso.

Ahí se plasman varias cosas: el sueño y la tensión, los imprescindibles nervios antes de la salida. Para muchos, es un examen; una oportunidad de demostrarse y demostrar que pueden hacer algo que te llena después de un año entrenando, cuidándote, tachando los días en el calendario con esta fecha marcada en rojo. Café (demasiado creo), huevos, algo de fruta, cereales y, ahora sí, rumbo a la línea de salida.

Miles de ciclistas circulan por las diferentes vías de acceso. Un espectáculo en la penumbra. Cogiendo posiciones en sus cajones, son casi las seis de la mañana (falta media hora para salir) y un flash en el horizonte alerta a unos pocos. Los que a buen seguro podían imaginarse que una buena lluvia iba a darnos los 'buenos días' todavía sin ver el sol. Muchos se dejaron en chubasquero en casa o en el hotel. No sé si algún resfriado habrá caído, pero en cuestión de minutos, los justos para el sus de las 6:30, el agua cesó. Eso sí, preocupaba el estado de la carretera, mojada y deslizante ante unos kilómetros neutralizados, pero llenos de obstáculos -perfectamente balizados y señalizados por la ingente cantidad de personas que se movilizaron para que los ciclistas estuvieran seguros-, aunque lo que preocupaba era la velocidad y ritmo de quienes buscan coger posiciones, colocarse en cabeza y distanciar al autobús.

El tramo entre el Coll de Femenia y Lluc, con sus toboganes.

Rebajando tensiones

Ese primer sector se rueda a alta velocidad. Hay sitio para todos, pero algunos quieren ser los primeros. Adelante, paso libre. Sorteadas las rotondas y demás pruebas, rumbo a Pollença conviene coger un grupo o una rueda amiga que te lleve hasta el inicio de la Ma-10. Ese era mi objetivo para no quemar energías a las primeras de cambio. Una vez conseguido, la carretera se estrecha. A ambas orillas, incluso desde la salida, otra de las imágenes del día. La cantidad de vecinos, familiares, turistas, curiosos y demás que aplauden, animan, lucen pancartas y se suman a la fiesta.

A medida que el trazado se inclina, rumbo al Coll de Femenia, el sol ya asoma y lo hace con ganas. Ahí toca cambiar el 'modo' y centrarse en las ruedas. Las que tienes delante y las de los demás costados. Ahí se apelotonan los grupos, los adelantamientos son constantes y llega el primer corte. Desde ahí, no se puede bajar la guardia. Al consejo de los más veteranos de 'comer y beber', uno hace caso y recarga energías. Con el paso de los años, uno valora más esta sugerencia y la pone en práctica. Sin dudarlo, además. Todavía hay humor, se oye música incluso y hablan de tomarnos la subida como su fuera una clase de spinning. «Una cervecita», se oye a lo lejos entre risas. Eso será más tarde. Bastante más tarde.

Pasada la primera rampa, llega otro escenario de alta tensión. Los toboganes que te llevan hasta Lluc son una tabla de salvación para quienes quieren remontar lo perdido en la ascensión. De nuevo hay apelotonamiento en el Coll de Sa Batalla y lo sinuoso del recorrido por la Serra invita, al menos para quienes vamos a acabar, a ser prudentes y mirar de reojo. El Gorg Blau supone un soplo de aire fresco, pasando de largo por el avituallamiento, donde alguno tendría que hacer un pensamiento y guardarse el envoltorio en el maillot, ¿no?.

Capítulo al margen, por ello, merecen la actitud de muchos compañeros/as en esas zonas, lanzando al suelo los envases de geles y demás plásticos. Una imagen poco agradable, pese al esfuerzo de la organización por limpiar esos espacios y los mensajes que se lanzan por diferentes canales para evitarlo. ¿Qué cuesta guardarlos y, cuando os paréis, tirarlo? Pregunto... Desde aquí, un tirón de orejas y el deseo de que sirva tomar nota. Porque si algo ha hecho la organización durante estos años es eso: aprender y evitar que se repitan estas situaciones.

Seguimos pedaleando y toca apretar. Y alimentarse. El camino hasta Cúber, el Puig Major y el túnel de Monnàber exige. Asoma el sol, pero las charlas y las bromas del Coll de Femenia han pasado a la historia. Se hace el silencio, sólo roto por el saludo a los muchos amigos y conocidos con los que te acabas topando o te reconocen mientras das, literalmente, zapatazos hacia el punto más alto de carretera civil de Mallorca. Yo me pegué a la rueda de Marvin y le perdí de vista al comenzar el descenso. Una pena.

Cuando prefieres subir que bajar

El primer tercio de la 167 empieza a consumirse, aunque el examen ahora es cuesta abajo. Porque hay momentos en que prefieres subir y sufrir que bajar. Es el caso del Puig Major. Catorce kilómetros de carretera ancha, pero también mucho desnivel para correr. Ahí emergen aquellos que se creen Tom Pidcock bajando el Galibier y que, en algunos casos, comprometen la seguridad del resto. Lo que debe ser un terreno para recuperar, eleva la tensión aunque el conocer el trazado te permite adivinar dónde pueden estar los peligros de un tramo exigente pese a ser cuesta abajo y en el que toda precaución es poca.

Sóller es otro punto 'caliente'. Allí, el tráfico ciclista se mezcla con el rodado y la sensación de caos es permanente -no hace falta que pase la 312-. Entre coches, camiones, agentes de la Guardia Civl, motos y turistas desconcertados, nos hacemos hueco para retomar la Ma-10 hacia Deià, pasando por el calentamiento del Coll d'en Bleda. El scalextric hasta el pueblo de los Horrach y Reynés y el gran pelotón que viene por detrás mantiene alto el nivel de alerta, aunque queda en penúltimo examen. Pero tal vez el que más asusta a muchos: Sa Pedrissa.

Porque parece que no es mucho, pero en algunos tramos sus rampas se agarran que da gusto. Por suerte, este año se tapó y las nubes lo hicieron más fácil. En plena ascensión, el avituallamiento te sirve para recordar (otra vez) que deberíamos ser más limpios y conscientes de que muchos mirarán con lupa todo lo que pase a lo largo de los 312 kilómetros de hoja de ruta. Eso sí, este año pocos de los que invitaban a protestar cumplieron con su amenaza. No era el día, la verdad.

Con el grupo estirado, ya fragmentado y totalmente roto, llegó el momento de dudas, interrogantes y cierto caos. Parón multitudinario en Coll d'en Claret. Miles de cascos en el horizonte, otros que asomaban por la espalda y algunos que hacían campo a través para esquivar el tapón. Unos hablaban de una protesta incluso, aunque empezó a correr la peor de las noticias. Que había ocurrido un accidente. Y grave.

Entrada en meta, más de ocho horas y media después.

Recuperada la normalidad, la bajada dirigía a los 8.500 valientes hacia la 'gran decisión'. A la izquierda, en dirección a Esporles, los de la corta; a la derecha, hacia Banyalbufar, los de la media y la larga. A esas alturas, no hay dudas. El que puede se lanza para Andratx; el que va a asegurar, cuesta abajo y a la izquierda. Esos son los míos, los que llenaron el acertado emplazamiento del avituallamiento de Sa Granja. Coca Cola, Aquarius, barritas, geles, fruta, pastelitos, frutos secos, los inconfundibles sandwiches... Todo entra y más cuando ya casi todo es cuesta abajo. O eso parece y dice la altimetría a la altura del kilómetro 100.

Porque llega otro momento crítico: la 'zona del calambre'. O lo que es lo mismo, el tramo entre Esporles, Santa María y Alaró. Mi terreno, para qué les voy a engañar. Donde sólo el viento te puede amargar el rato. Sopla sin demasiada fuerza y tienes ruedas a las que colgarte, aunque algunos ya llevan velocidad de crucero. El paso estrecho que te lleva a Alaró te permite escuchar algo que se veía venir. Un año más, Laura Brunot aparece cerca del CyclingPlanet con su cencerro. Pero lo hace disfrazada de dinosaurio para animar con el salero que sólo ella tiene. Ya es otra de las imágenes que sorprender a quienes ni la conocen ni la han visto antes. ¿Y el año que viene, qué nos preparará?

El asfalto y la bajada de Tofla

Mientras el tema de conversación entre los residentes es cuándo empezarán las obras de la carretera de Orient, nos adentramos en una zona bastante cascada, con el asfalto castigado. Es el que conduce hacia la subida más tendida y asequible de Tofla. Pese a comer e hidratarte, hay hambre. O será que el avituallamiento de Lloseta está el caer. Previo paso por el largo descenso, reguardado por guardarraíles (los que cortan...) que bien merecen un cambio o un replanteamiento.

No te das cuenta y llegas a la Avinguda des Cocó, donde te puedes dar el lujazo de pararte un rato más a hablar, atender llamadas y mensajes y comer algo con calma. La que se rompe al pararse la música y saber que el accidente ha sido más grave de lo que nos temíamos. Que éramos uno menos en ruta. Y con ese pensamiento, dándole vueltas al hecho de que podrías haber sido tú, reiniciamos la marcha con la ilusión de llegar antes de las tres a Playa de Muro. A meta.

Y un poco más motivados, porque llegaba el tramo más entretenido. Kilómetros de recorrido variado, espacios anchos, otros muy estrechos, giros radicales, pasos por pueblos, sube y bajas... Lo empiezas a ver cerca, cuando el día anterior parecía imposible bajar de las 9 horas. No damos para más. Pero la ilusión en forma de gasolina nos seguía invitando a pedalear, mientras caía otro gel cerca de Campanet, antesala de otro momento clave. Y esperado.

Pasado el test de la vía de servicio de la autovía, donde el viento suele jugar malas pasadas, comparecía la Roubaix Poblera. Ese sector entre tierra, algo de asfalto y entre campos en el que cada dos por tres aparecen compañeros arreglando algún parche o llantazo. A lo lejos, cada vez menos, asoma la inconfundible chimenea de Es Murterar, el hito que nos recuerda que queda menos. Pero que todavía toca dar pedales (o zapatazos).

Embocada la carretera de la Albufera, aparece Julie. Se pega a mi rueda, nos damos relevos y nos felicitamos al llegar a Los Patos. Ya estamos en Playa de Muro. Son esos minutos, esos metros para tí. Para celebrar que lo has conseguido (a no ser que tengas prisa para hacer tiempo en meta); que te has demostrado que puedes, que ha valido la pena todo. Disfrutar del instante e incluso, cuando casi son las tres, preguntarte si hubieras podido hacer la 225. Tendrás un año para darle vueltas, porque toca vivir el presente, recibir el aplauso de quienes te ven pasar y saben que lo has logrado. Porque eso es lo bonito de este deporte, del ciclismo, que se anima igual al primero que al último. No hay distinción.

Entrando en el cajón de meta, las sensaciones son indescriptibles. Para un simple globero como servidor, que se ha pasado el último mes tosiendo y rasca unas pocas horas a la semana para entrenar, 167 kilómetros valen por 312. O por más. Nadie te puede arrebatar ese momento, que es tuyo. De cruzar de nuevo el arco 8 horas, 32 minutos y 3 segundos después (los récords, para los que pueden conseguirlos). De ser un afortunado de participar en la Mallorca 312 y acabar, aunque sea la versión pequeña. Y recordar a los que no están, como Phil y muchos otros mientras ves a tu familia al otro lado de la valla. Este año sí. Y el próximo también. Porque volveremos. ¿Será el año de la 225? En doce meses te respondo, Xisco. Pero, ahora mismo, sólo me viene una palabra a la cabeza: Gracias. Gracias a todos los que, de una u otra manera, habéis pedaleado conmigo hasta aquí. Y a los que consiguen hacer feliz a mucha gente. Incluso con el plato de pasta y la cañita de rigor entre amigos y con una sonrisa de la que no te puede privar ni el agotamiento. ¡Ah! Y este año acabamos con sorpresa y petición de mano. Final feliz para un día largo.