Fernando Fernández en el momento de la llegada. | Redacción Deportes

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Todo en la vida tiene una primera vez. Pero esto tardó demasiado tiempo en llegar. Hacía años que Xisco Lliteras me animaba a salir, a vivir la experiencia. Unas veces fuera de forma, otras por motivos laborales o por no calcular el tiempo de preparación, fueron pasando las ediciones. Pero 2022 iba a ser el año. Era el momento de sentir desde dentro, agazapado en el interminable pelotón, lo que supone rodar libre durante horas, con un cierre de control que iba a ir parejo a cómo responderían las piernas tras un mes sin apenas dar pedales.

Pero no había marcha atrás. Eran las 5:30 de la mañana del sábado 30 de abril y ahí estábamos. Con el dorsal 392, vestido con la mítica equipación del Reynolds, rodeado de miles de personas con las que iba a compartir ruta y, por encima de todo, contento por, al menos, intentar cumplir una ilusión. No estoy para la Mallorca 312, pero la distancia corta, 167 kilómetros, era un reto inédito. Jamás en la vida había acumulado tanta distancia en un día y quería probarlo... Los días previos fueron de escuchar. Informarme, aprender de los que saben. «Come y bebe todo el tiempo», era lo más repetido. «No te vueltas loco al inicio y en la subida a Femenia, controla, no corras», apuntaban otros. Pero yo me quedé con esto: «Nunca rodarás solo». Y así fue.

Durante 167 kilómetros me rebasaron miles de ciclistas. A poquitos adelanté yo. Pero lo único que importaba era llegar al punto de partida: Platja de Muro. En la salida ya se palpaba que la mayoría va a 'full gas'. La inercia de la caravana nos llevó volando hasta las primeras rampas de Femenia, donde comenzó el primer corte tras ver salir el sol por la Bahía de Pollença. Y tiré de consejos, ritmo suave, sin acelerones y pasando del resto. Así coronamos casi sin darnos cuenta y comenzó la cadena de toboganes rumbo a Lluc. Y llegaron las primeras caídas. Sueños y clavículas rotas en los kilómetros iniciales. Un mal trago, pero también una parte inseparable de este deporte.

Imagen del dorsal 392 de la Mallorca 167.

Las piernas respondían. El ánimo me sobraba y el sol comenzaba a asomar con fuerza metidos de lleno en el corazón de Escorca. En una ruta serpenteante y con tanto tráfico, no puedes bajar la guardia. El primer avituallamiento asomaba en el horizonte, por la emisora de la Guardia Civil, escuchábamos en el cruce de Sa Calobra que los primeros de la 167 ya estaban saliendo de Valldemossa... Y yo llegando al Gorg Blau. Parada testimonial para coger agua y sales y primera gran 'tachuela' en los morros. El trozo entre los embalses es una trampa que te recibe con un rampón y una pendiente que agarra hasta avistar Cúber. De ahí al túnel de Monnàber, ritmo y a recuperar piernas y mejorar el promedio en los catorce kilómetros de bajada hasta Sóller. Otra trampa si no vas atento. Dos caídos por el camino y al 'coche escoba', que nos escoltó durante kilómetros, se le acumulaba el trabajo. Al igual que a un equipo médico pendiente de cada movimiento y que transmitía sensación permanente de seguridad.

Alcanzado Sóller, en la subida al Coll d'en Bleda el comentario era generalizado. «Guarda para Sa Pedrissa», se oía. Era otro punto crítico en mi rutómetro. Fernando Gilet, presidente de la Federación Balear, me lo marcó en rojo. Y yo me lo apunto todo. Se abría la carretera a nuestro paso al tráfico rodado camino de Deià, donde el calor ya apretaba y Jaume Adrover me adelantaba casi sin notarlo. Y las colas en las tiendas lo reflejaban. Quedaba mucho -y cuesta arriba casi todo- para el avituallamiento de Esporles y la Coca Cola se convertía en objeto de lujo. Colas, ir y venir de euros y tarjetas y papeleras a reventar de botellas vacías.

Y si pasas por Deià, no puede faltar la visita a Vicenç Reynés. Ataviado con su uniforme de 'forner', contaba que horas antes le habían visitado Beloki y compañía y me ofreció una napolitana de esas generosas que reparte por toda Mallorca el ex profesional. Pero el cuerpo sólo me pedía líquido. Y paciencia, porque llegaba Sa Pedrissa. Y en ella, dos turistas con sus bicicletas de paseo (eléctricas) adelantando a los sufridos que marcábamos el cierre de la 167. Tocaba sufrir, demasiado tal vez y con muchos kilómetros todavía por delante. La sombra del tramo final era gloria bendita y la bajada a Valldemossa, aire puro y descanso para las patas.

El último tramo de dura ascensión de la Mallorca 167 dejaba casi 3 kilómetros con subida tendida. El Coll d'en Claret era la puerta del primer gran avituallamiento. Extremando la precaución, pues ya compartíamos carretera con coches, motos y demás trádfico rodado, la marabunta que se juntaba cerca del kilómetro 100 me reconfortaba. No estaba ni tan solo ni tan detrás cómo imaginaba. Fruta (plátanos, naranjas...), geles, barritas, agua, sales, Coca Cola, sandwiches de chocolate, jamón y queso... Todo parecía poco. Hasta Lloseta no habría otro oasis así. Y, entre medias, charla, conversación, bromas, ánimos entre y para todos. Porque todos queríamos lo mismo: llegar y hacerlo enteritos.

Ciclistas en el avituallamiento de Lloseta, la última gran parada antes de la meta.

Ahí ya se había realizado el corte con las pruebas largas: la 225 y las 312 bajó hacia Banyalbufar sentido Andratx, y hacia Esporles íbamos los de la corta. Llegaba un segmento peligroso. Tras horas subiendo y bajando, se acumulaban muchos kilómetros de llano, picando hacia abajo. Y eso podía traer consigo sustos. Y el mío fue gordo. Descartado el abandono al pasar a las puertas de casa, la carretera de Santa María se presentaba como tramo de recuperación antes de tomar el Camí des Raiguer y afrontar un par de repechos críticos. Más, con el calor, que apretaba a lo grande rebasado el mediodía.

Y ahí estuvo a punto de irse todo al traste. Conozco muy bien esa zona y sabía que podía pasar. Y pasó. Se me bloqueó la pierna derecha tras varios kilómetros junto a un tándem que me hizo compañía. Lo bueno: estaba cerca de mi domicilio si tenía que abandonar. Lo malo: no quería hacerlo, pero el dolor era intenso. Estirar, comer, estirar, descansar... Fueron diez minutos de tensión. Algunos conocidos se pararon para preguntar, pero se quedó en eso: un susto. El componente emocional superó al dolor físico para arrancar, reiniciar para ingresar en otra zona de toboganes y sube-baja hacia Alaró, antesala de Tofla. La última tachuela.

Y hablando de tachuelas, otra estampa que forma parte del paisaje de la 312 es la de los pinchazos. Una buena oportunidad para descansar, viéndolo desde una perspectiva optimista. A toda pastilla bajamos hacia Lloseta y su punto de recarga. Ahí volvieron a confluir las tres distancias y descansar a la sombra era un lujo. Caras de esfuerzo, rostros a la vez de ilusión y otros de preocupación. En especial de quienes iban al límite con el corte del recorrido largo, como el grupo de Rafa Navarro, todo un gerente del IME metido en este tinglado. Carga de bidones, otra Coca Cola -de las de toda la vida, nada de Light, ni Zero ni cosas por el estilo- y un despliegue espectacular capitaneado por Climent Alzamora en el que nunca faltan palabras de ánimo y aliento para los participantes.

De ahí, una serie de carreteras secundarias, esos caminos para muchos desconocidos que muestran esa Mallorca paraíso del cicloturismo por es Raiguer. Un paisaje y un recorrido más típico de una clásica de las Ardenas que de la 167. Pasos estrechos, cambios de trazado, desnivel, giros de 90 o más grados uno tras otro, pasos por poblaciones y, otra seña de la Mallorca 312, el ánimo de los vecinos, muchos de ellos apostados en las puertas de sus casas aplaudiendo y saludando al pelotón, cada vez más estirado, desgranado.

Llega el kilómetro 150 y te vienes arriba. Al fondo, la chimenea de Es Murterar te marca el hito final, pero el recorrido te reserva otra sorpresa. Tras abandonar la vía de servicio paralela a la autovía, paso por los inconfundibles campos de Sa Pobla. Un tramo de '1-2 estrellas' en el que en función del viento, o vuelas o te atascas. Bajo el sol, pero con la motivación por las nubes al ir quemando la última hora de la prueba, el aire de cara en la albufera ya no molesta. Te dejas llevar, enganchas alguna rueda buena y, al pasar por Los Patos, el sonido de la música te hace ver que ya estás ahí. Que faltan minutos para completar los primeros 167 de tu vida.

Lo de menos ya es el tiempo final. Las piernas ya no duelen. Casi ni se sienten. Caras conocidas -David Monserrat y Àngels- antes del giro final y cajón de llegada. A 250 metros piensas que ojalá durara más este sueño. Pero, después de casi diez horas dando pedales, ya cumplimos una cuenta pendiente. Fueron 9 horas, 39 minutos y 58 segundos. En meta, el aplauso de todo el público, en especial el de tres de las cuatro mujeres de mi vida. Y una sorpresa. El 'speaker' anuncia que está a punto de llegar Miguel Indurain. Nada menos. Pero antes lo hice yo... Aunque con menos kilómetros en las piernas y, eso sí, una satisfacción incomparable. Miquel Alzamora, uno de los 'padres' de la 312 me lo decía claro: «Tu alegría es la de todos». Tocaba celebrarlo, en familia, con un platazo de pasta y una Rosa Blanca. «Tornaràs?», preguntaban ya. Y la respuesta no admite réplica: «SÍ». No era consciente, pero poco a poco lo voy siendo, de que había vivido una experiencia única.