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Miquel Alzamora Hace doce años, un desconocido tenista mallorquín de 19 años se aupó a la cima del mundo. Descarado, con una imagen fresca y diferente, se apoderó de los flashes y acaparó las portadas más solicitadas del planeta.

Aquel jovenzuelo pasó del anonimato a la gloria en una madrugada de enero de 1997. A las cuatro de la noche hora española, dos de la tarde del domingo 26 de enero en Australia, Carlos Moyà Llompart (Palma, 1976) se dio a conocer. Apenas le opuso resistencia a Pete Sampras en el Melbourne Park. Dio igual. Perder la final del Abierto de Australia ante el número uno del circuito le abrió las puertas de la gloria.

Convertido en un crack mediático, arrancó una carrera que alcanzó su cénit en la primavera de 1999 al coronarse como número uno. Se cumplen ahora doce años de aquella gesta, de aquel «hasta luego, Lucas» que dejó atónitos a los espectadores, pero provocó una catarata de sonrisas a miles de kilómetros en la madrugada española, en un coqueto duplex colindante a la Plaza de Toros de Palma donde su familia, rodeada de cables y cámaras de televisión, vibró desde la distancia.

Situado en las semifinales, Moyà aspiraba a convertirse en el tercer español en alcanzar la final. Sólo Juan Gisbert (1968) y Andrés Gimeno (1969) habían abierto la puerta de la gloria, aunque ambos se quedaron con la miel en los labios ante Bill Bowrey y Rod Laver, respectivamente. Michael Chang se frotaba las manos. Este chaval imberbe no parecía rival para el que era número dos del mundo. Sin embargo, el estadounidense se olvidó de que en la lista de víctimas de su rival figuraban estrellas como Ivanisevic, Muster o el propio Boris Becker. Y del apoyo de la grada, que se volcó con Moyà. Como Chang preveía, el partido fue un trámite... para el mallorquín, que dio la sorpresa. 28 años después, un español había alcanzado la final del primer Grand Slam de la temporada. España entera se volcó y las emisoras nacionales le dedicaron a la final una programación especial. Pete Sampras, el número uno del mundo, saltó a la pista central de Flinders Park como si enfrente tuviera a su peor enemigo. El norteamericano apenas dio opciones. Pero Moyà se tomó la final como una fiesta. Ya era un icono del planeta ATP y había entrado por la puerta grande en el top-ten. Entre los diez mejores tenistas del mundo. Después llegaron otras hazañas, como la conquista de Roland Garros o convertirse en el primer número uno en la historia del tenis español. ¿Qué hacía Rafael Nadal por aquellos tiempos? El tenista de Manacor tenía diez años, era un proyecto de deportista que estaba entre ser tenista o futbolista, estudiaba en su localidad natal y por las tardes entrenaba con su tío Toni. Mientras Moyà elevaba su nombre a la cima del tenis mundial, Rafael, 'Rafalet' no firmaba autógrafos y tampoco nadie podía llegar a pensar que sería uno de las personas más influyentes y populares del planeta. Con la de mañana habrá jugado ocho finales de Grand Slam, es el número 1 del mundo, ha ganado una medalla de oro y ha sido proclamado Príncipe de Asturias del Deporte. Sin embargo, su techo sigue siendo un misterio y nadie sabe hasta dónde puede llegar. Su fuerza física y fortaleza mental, unida a su capacidad de sacrificio y a la sangre fría en los momentos clave, hacen que Rafa sea un tenista especial y que puede perpetuarse en la cima tanto o más que Roger Federer.