Los aficionados de la Isla celebran por todo lo alto la tercera estrella de su país tras una final memorable. | Emilio Queirolo

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La tercera estrella de la Albiceleste ha desatado la locura entre los aficionados argentinos de Mallorca. La victoria frente a Francia, ilustrada en una tanda de penaltis agónica que redondeaba el disparo de Montiel, han cerrado un mes de ensueño para los aficionados de la isla, que este domingo se reunían en sus lugares de concentración habituales para disfrutar de la final soñada y vivir un partido histórico que permanecerá grabado para siempre en su memoria.

Los aficionados argentinos coloreaban desde primera hora de la mañana las calles de Palma y se reunían desde el mediodía en bares y terrazas para empezar a disfrutar de una jornada inolvidable. Las camisetas albicelestes, los cánticos habituales y las referencias a Diego Armando Maradona ayudaban a rebajar los nervios, que se acentuaban a medida que se aproximaba la hora del partido, el séptimo que disputaban en Qatar los hombres de Lionel Scaloni. Un torneo que comenzó entre las dudas que provocó aquella derrota con Arabia Saudí y que fue tomando un camino ascendente a partir de entonces, con una victoria contra México y con todo lo que vino después.

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La tensión se disparaba mientras sonaban los himnos porque una vez que el balón empezaba a dar vueltas sobre sí mismo la final parecía quedar reducida a un monólogo, al menos durante ochenta minutos. La superioridad era tan evidente que todo parecía acabado muy pronto. Hasta que apareció Mbappé. El delantero del PSG igualaba el encuentro en dos minutos y acallaba de golpe a la parroquia que, de repente, sin esperarlo, se temía lo peor. El ambiente se congelaba.

En la prórroga Argentina y su afición volvían a resurgir después de volver a la casilla de salida. Desde Lusail el equipo de Scaloni levantaba otra vez el ánimo de su hinchada, que a miles de kilómetros y a través de la pantalla creía en la victoria y en el título. Faltaba por llegar el penúltimo estallido de la tarde, el del gol de Messi al final del tiempo de extra. Un tanto que parecía definitivo y que una vez confirmado por el VAR devolvía la euforia a los bares de la isla en los que más se seguía la final.

En pleno éxtasis, los guionistas del Mundial se sacaban otro giro que ponía a prueba los corazones argentinos. Otro penalti transformado en gol por Mbappé y una parada milagrosa del Dibu Martínez lo dejaban todo para las penas máximas. La última prueba de supervivencia. La tanda de todos los tiempos. Y ahí sí que no iba a fallar Argentina. La locura era real. La fiesta albiceleste se trasladaba tras el partido a la plaza Joan Carles I y a la Fuente de las Tortugas mientras cientos de vehículos hacían sonar sus cláxones por las calles de Palma. 36 años más tarde y dos finales perdidas después, Messi, Scaloni y el resto país tenían que hacerle un hueco en el pecho a su tercera estrella. Cuarenta y siete millones de argentinos vuelven a ser campeones del mundo.