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Crecí al amparo de la España de la Furia. La cabeza vendada de Camacho, las cabalgadas de Gordillo con las medias siempre bajadas y sin espinilleras, el gallo del inolvidable José Ángel de la Casa o la noche mágica del Buitre en Querétaro forman parte del disco duro de mi memoria. En aquella época, Alemania era inalcanzable. Sus jugadores eran moles humanas que sujetaban a sus rivales con una mano mientras sostenían una cerveza con la otra.

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En aquella época, empatar ante la ‘Mannschaft’ en un Mundial hubiera desembocado en un día de fiesta nacional. Pero los tiempos han cambiado y el estatus de aquella Furia convertida ahora en la Roja, previo paso por el tiki taka, provoca una sensación de ni fu ni fa con un resultado que en otra época se hubiera festejado a lo grande... La España que enamoró al Planeta Fútbol con el siete que le hizo a Costa Rica fue una selección más terrenal. Un bloque al que le sobró espesura, sobre todo en el segundo acto -Lucho no ayudó con los cambios- y le faltó atrevimiento para apartar del camino a su rival. Álvaro Morata aprovechó la buena ola del encuentro para abrir la lata y Marco Asensio envió a las nubes un balón que, en un día bueno, quizás acaba en la escuadra...

Alemania asomó la cabeza a la superficie para remar hasta encontrar el gol de Füllkrug, un ‘9’ alemán de los de siempre. De esos con apariencia torpe que aparece en los momentos clave. De esos arietes a la antigua usanza contra los que la Furia chocaba una y otra vez. El tanque del Werder Bremen me permitió viajar al pasado y recordar con nostalgia aquellos España-Alemania. Cuando un punto me sabía a gloria y no me dejaba tan frío como el de este domingo...