Diego Maradona observa un partido entre Boca Juniors y Banfield. | Marcos Brindicci

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Maradona siempre fue un tipo fascinante. Como su biografía. Como su ascensión. Como su posterior caída. El Diego fue un genio sobre el campo; un mago elevado a la categoría de semidiós. Es probable que haya sido el mejor jugador de la historia. En cualquier caso, su legado es imperecedero. Eterno.

Sin botas de fútbol, Diego Armando Maradona simboliza a un ídolo caído. Su adicción a las drogas acabó dibujando a un personaje caricaturizado, únicamente sostenido por lo que llegó a ser. Monarca en Napolés, con el que ganó dos ligas y una copa de la UEFA, su liderazgo en la selección de Argentina tampoco admite alguna discusión.

Tocó el cielo en México 86, donde también se forjó la leyenda de la mano de Diós. Jamás un gol ilegal adquirió tal misticismo. La rebeldía que exhibió dentro del campo también acompañó a Diego fuera de él. Sus excesos y licencias consumieron poco a poco al hijo de Doña Tota.