Diego Armando Maradona. | John Sibley

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Han pasado más de tres décadas, pero aquella calurosa noche de agosto de 1982 sigue grabada a fuego en mi memoria.

Era un niño pegado a un balón (como la mayoría), aunque nunca había pisado un estadio. Hasta ese día. Diego Armando Maradona, El Pelusa, iba a estrenarse en España aquí. En un amistoso en el Lluís Sitjar. Toda la semana había estado nervioso porque no sabía si mi padre podría conseguir las entradas. No era fácil y todavía no sé cómo lo hizo, pero lo hizo y allí estuvimos los dos... Recuerdo la sensación de nervios cuando subí las escaleras de aquel Fondo Sur y vi por primera vez el terreno de juego. Y el olor a césped húmedo tan inconfundible del (añorado) Es Fortí. Y a puro... Todavía resuena en mi disco duro el ruido de la gente, los aplausos, los silbidos... Y ahí estaba ÉL.

Con el 10 en la espalda de aquella inconfundible camiseta Meyba del Barça. Estuve todo el partido con los ojos abiertos. Sin querer perderme nada. Me impresionó su calentamiento. Y_cómo saltó a un recogepelotas en vertical como si nada mientras hacía cosas con el balón que no había visto nunca. Ese día, el fútbol y yo conectamos de tal forma que ha pasado a ser una parte básica de mi profesión sin dejar de ser mi pasión. Y_todo por Maradona. Gracias, Diego.