Una imagen para la historia, el momento en que la selección levantó el trofeo que le acreditaba como campeona del mundo. Años de fracasos dieron paso a la euforia desmedida cuando Iker Casillas levantó al cielo de Sudáfrica la dorada Copa del Mundo. | Reuters

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Estadio Soccer City de Johannesburgo. 11 de julio de 2010. Majestuoso escenario para la final del primer Mundial disputado en Africa. El lugar y la fecha en que España entró en el olimpo de la gloria futbolística. Con grandes dosis de agonía, Andrés Iniesta enganchó, a los 116 minutos, cuando los penaltis parecían inevitables, un potente derechazo para batir a Maarten Stekelenburg, un gol que puso fin a casi un siglo de sinsabores y llevó al país al delirio.

Desde la creación de la selección, en 1920, para los Juegos Olímpicos de Amberes, donde ganó la plata, hasta 2010, la bautizada como «Furia Roja» había vivido más penas que alegrías, aunque en Barcelona'92 conquistó el oro. La gestas se recordaban prácticamente con los dedos de una mano: el gol de Telmo Zarra en Maracaná a Inglaterra, el de Marcelino en la conquista de la Eurocopa de 1964 ante Rusia (2-1), el 12-1 a Malta en Sevilla, los cuatro tantos de Emilio Butragueño a Dinamarca en México'84 y, por último, el de Fernando Torres a Alemania en el Ernst Happel vienés que valió el segundo título continental en 2008. Fueron noventa años con mas sombras que luces, sobre todo en Mundiales, donde el cuarto puesto de Brasil'50 era la gran referencia positiva. Todo cambió en Sudáfrica. España se citó con la historia en su primera final mundialista.

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Otro modelo

Lo hizo con otro modelo, el que instauró Luis Aragonés para conseguir la Eurocopa de 2008, el del toque, el del fútbol combinativo, el que cambió de la «Furia» a «La Roja», todo un símbolo de fuerza y poder. Amparado y guiado por el fútbol de seda de Xavi Hernández y Andrés Iniesta, el técnico Vicente del Bosque consiguió aunar el toque con la seriedad, el coraje que encarnan, por ejemplo, Carles Puyol y Sergio Ramos, con el orden y la magia.

El técnico manejó con templanza el momento difícil surgido tras la derrota en el debut con Suiza (0-1). Hubo críticas y ataques, pero sólo sirvieron para que la selección se fortaleciera. Honduras (2-0), Chile (2-1), Portugal (1-0), Paraguay (1-0) y Alemania (1-0) cayeron ante «La Roja», ante los goles de David Villa, la conducción de Xavi e Iniesta, el trabajo infatigable de Sergio Busquets y Xabi Alonso, la firmeza atrás de Ramos, Piqué, Puyol y Capdevila, y las paradas de Iker Casillas. Fue un éxito de todo el bloque, de los que participaron más minutos y de los que tuvieron menos presencia en el exigente viaje hacia el título. Salvo el 2-0 a Honduras en la fase de grupos, España tan solo pudo ganar por la mínima al resto. En octavos, Portugal, liderado por Cristiano Ronaldo, resistió hasta que volvió a aparecer Villa, que repitió la hazaña en cuartos ante Paraguay. No obstante, para acabar con la maldición de esta ronda tuvo que surgir, como en los penaltis de la Eurocopa 2008 contra Italia, la figura de Casillas al detener una pena máxima a Oscar Cardozo. Fue un instante de inflexión: España dejaba atrás la pesada mochila de noventa años de penurias y se metía por primera vez en semifinales, donde le esperaba una de las grandes, Alemania, plena de moral después de arrollar a la Argentina de Leo Messi (4-0). España se plantaba en la final como la mejor del torneo por delante de su rival, la Holanda de Bert van Marwijk, la que pretendía ser heredera de la «Naranja Mecánica» y llevarse por fin el título que se le resistió a la generación de Johan Cruyff. Casillas tuvo una actuación portentosa y volvió a ser 'santo' para gestar un nuevo milagro y mantener las tablas. En el minutyo 116 el combinado nacional llegó al éxtasis. Jesús Navas, Fernando Torres y Cesc Fábregas fabricaron la jugada que desembocó en el envío del capitán del Arsenal a Iniesta, quien rompió el esférico a la derecha de Stekelenburg y condujo a España a la gloria.