Los aficionados del Atlético Baleares han vivido con intensidad el partido ante el Cartagena. | P. Bota / L. Becerra

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El Atlético Baleares y su afición abrocharon con otro chasco, quizás el más doloroso de sus tentativas por el ascenso, una de las temporadas más extrañas que se recuerdan. Mientras se lamentaba en la intimidad de La Rosaleda por otra eliminatoria fallida, en esta ocasión desde el punto de penalti, y por una pared que lleva casi sesenta años en pie, miles de balearicos vibraban en Palma frente a la pequeña pantalla y lloraban tras quedarse de nuevo a las puertas la segunda planta del fútbol español de manera cruel. El jueves, gracias a esa segunda bala que concede la corona de campeón, tendrán una nueva oportunidad para seguir intentándolo contra el Cornellà, que viene de eliminar al Ibiza.

La crisis del coronavirus impidió esta vez que la afición blanquiazul, acostumbrada a este tipo de citas en las que siempre responde, tuviera que quedarse en Palma y no pudiera estar al costado del equipo en las gradas, para vivir in situ otra cita que permanecerá para siempre en su disco duro, como ya hizo en Tudela, Anduva, el Carlos Belmonte o El Sardinero. Sin embargo, los 700 kilómetros que separan Málaga de la capital balear quedaban reducidos a la mínima expresión gracias a la televisión. Congregada desde varias horas antes frente a la pantalla, la hinchada del ATB sufrió, se emocionó y siguió con orgullo una batalla que ya forma parte de historia, pese a que concluyó entre lágrimas.

El hecho de que el partido no se televisara en abierto —solo podía seguirse a través de internet y la plataforma Footters o, como mucho, a través de un canal panameño que seguía la participación de Carrasquilla, centrocampista del Cartagenaconcentró en bares y terrazas a un numerosos grupos de balearicos que, ataviados con banderas y bufandas de su equipo, pusieron a pruebas sus nervios en buena compañía y se dejaron la garganta tratando de empujar como podían a los suyos.

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En Palma, la acción se concentró en diversos puntos. El primero de ellos, Son Malferit. El bar ATB, a muy pocos metros del césped donde el Atlético Baleares acarició por dos veces el ascenso la temporada pasada —primero se lo arrebató el Racing y después el Mirandés tras una eliminatoria intermedia frente al Melilla—, era un hervidero, un pequeño enjambre en blanquiazul en el que se palpaba la tensión desde las primeras horas del día.

Encuentro

Otro de los grandes focos de concentración estaba en la barriada palmesana del Vivero. Por ejemplo, en la cafetería Avante, teñida por una marea balearica. No muy lejos de allí, en el Rafal, también se vivía con intensidad una velada monumental que no pudo tener un final feliz. La cafetería Doble Bull era otra pequeña Rosaleda a la hora del duelo entre el Atlético Baleares y el Cartagena. En cualquier caso, la fiebre blanquiazul se extendió más allá de los límites de Ciutat y las peñas de la part forana también se reunieron para empujar a los de Manix Mandiola desde la distancia y permanecer conectados con el Paseo de Martiricos, donde el equipo se vaciaba durante más de 120 minutos de juego para intentar meter la cabeza en LaLiga. Como pasó en Es Pla (Lloret), donde la pasión se desbordaba durante una eliminatoria de vértigo en la que la tensión era absoluta. Los nervios, en cualquier caso, se fueron acentuando con el paso de los minutos y alcanzaron su punto más alto en los instantes finales de la prórroga y, sobre todo, en los penaltis. Pese a que el ATB destapó la tanda con firmeza gracias al gol de Lekic, que tras muchos meses de espera debutaba oficialmente anoche como jugador blanquiazul. Se llegaba al cuarto lanzamiento sin que nadie fallara y eso disparaba más todavía las pulsaciones. El primer gran golpe de la noche para la afición del ATB llegó con el error de Sam Shashoua. El lanzamiento del británico, que se perdía por uno de los fondos de La Rosaleda, cortaba la respiración ante la tele. El posterior tanto del Cartagena, que dejaba sin margen a los isleños, elevaba otro peldaño el grado de sufrimiento, que se desbordaría con el fallo en el quinto penalti de Jorge Ortiz.

La tensión acumulada durante la espera daba paso a las lágrimas y a la desolación, ya en plena madrugada. Sin embargo, tras el batacazo de realidad de los primeros minutos empezó la remontada, aunque fuera de forma tímida. Al Atlético Baleares todavía le queda una bala en el cargador, habrá que recuperarse del batacazo y coger carrerilla cuando antes para volver a intentarlo.#El golpe es duro. Pero el sueño no ha acabado del todo.