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Abandoné unos días mi confinamiento en el piso para ir a confinarme a la casa del pueblo. La diferencia fundamental está en que dejé el aire acondicionado para conformarme con un ventilador. Evidentemente, ya he regresado a toda prisa, puesto que el cambio no funcionó. Y ya sé que no se pueden comparar las vistas y que es imposible preferir el asfalto y los coches al mar y las mejores puestas de sol de la isla. No los prefiero. Pero para qué quiero tanta maravilla si apenas puedo moverme de la silla. Ya de vuelta, he estado leyendo artículos y reportajes sobre el cambio climático y he llegado a la conclusión de que podría estar desarrollando un nuevo tipo de estrés o, incluso, una depresión. Se podría tratar de un caso de ansiedad ecológica o ecoansiedad.

Propensa como soy a padecer trastornos psicológicos, no me extrañaría que uno nuevo se hubiera apoderado de mí. Parte de culpa la podrían tener los programas del tiempo. Siempre intento evitarlos por el nerviosismo que me causan. Es asistir al anuncio de una nueva ola de calor y ya me enfermo. Así pues, he pensado que tal vez también esté interiorizando los grandes problemas medioambientales que afectan a nuestro planeta. Los fenómenos meteorológicos extremos, el aumento de la contaminación, la acumulación de basura en los océanos, la deforestación, la escasez de agua… todos estos problemas pueden derivar en un malestar físico y anímico, en una depresión, incluso. Pueden ser normales las alteraciones del sueño y el ahogo. El ahogo es algo terrible, la verdad.

Me he informado de las actividades que ayudan a mejorar en caso de padecer esta ecoansiedad, puesto que suele ser frecuente que el ecoansioso sufra un sentimiento de culpa por haber contribuido –a veces sin quererlo ni saberlo– al desastre medioambiental. Es conveniente llevar a cabo un consumo responsable y reciclar. También realizar actividades sostenibles, como crear un huerto urbano. Incluso no debería asustarme si de pronto me da por echar a correr y, a la vez, ir recogiendo productos de plástico del suelo, ya que se trataría de un síndrome totalmente normal (sí, existe y se llama plogging). Lo que me faltaba. Resulta que, sin serlo, soy una ecologista como la copa de un pino.