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En 1932, procedente del fascinante Oriente Medio, la célebre escritora británica Agatha Christie (que en realidad se llamaba Agatha Mary Clarisse Miller) visitó Mallorca. Ya era mundialmente famosa, sobre todo porque unos años antes, en 1926, desapareció de forma misteriosa durante once días tras una airada discusión con su esposo Archie, que se había enamorado de una chica más joven. Y cuando ya la daban por muerta tras descubrirse su coche estrellado, reapareció rodeada de misterios y alegó una profunda amnesia. Un enigma que ni Hercules Poirot pudo desentrañar nunca. Llegó a la Isla, pues, rodeada de un aura de suspense que trascendía a sus novelas y se alojó, casi con toda seguridad, dos semanas en el hotel Illa d’Or, inaugurado en 1929 en Eu Moll. Otros hoteles, con todo, se disputan el honor de haber acogido a tan insigne turista. Era la época en la que Tito Cittadini pintaba magistralmente los paisajes del Port de Pollença, cuando visitaba a la familia Jaume y a los Costa i Llobera. Agatha Christie quedó tan fascinada con aquel ambiente idílico y bohemio que escribió un relato titulado Problema en Pollensa, que tuvo un aceptable éxito editorial. Daba largos paseos por el faro y, como la dama del misterio que era, cavilaba sobre nuevas intrigas a resolver por Miss Marple. Cuentan que tras aquella estancia, la autora de Los diez negritos, volvió en otras ocasiones a Mallorca. Pero siempre de incógnito, porque lo que realmente le gustaba era desaparecer. Esfumarse. Como cuando salió sospechosamente ilesa de aquel accidente de tráfico en 1926. Si es que realmente existió.