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El contraste de programas constituye uno de los factores clave en cualquier contienda electoral. Esto, hoy en día, en el contexto de las elecciones futuras, parece una petición excéntrica. La mayor parte de los medios de comunicación no destacan suficientemente la actitud silente y arrinconada del PP, que parece eludir la presentación de sus propuestas para contraponerlas a las de sus contrincantes. La situación es insólita en unos comicios, máxime cuando los retos –tanto de coyuntura como de estructura– son cruciales para la economía española. Se abren interrogantes lógicos, exigibles para los electores, y sobre los que los medios de comunicación deberían inquirir a todas las candidaturas: ¿qué líneas programáticas se proponen? ¿Qué hacer en temas centrales como el salario mínimo o el ingreso mínimo vital? ¿Y con los programas de inversión? ¿Cómo afrontar la cuestión de las pensiones? ¿Y de la inmigración? ¿Qué apuesta realizar en I+D+i, y en políticas genéricas de innovación en áreas críticas, como la transición energética y la digitalización? ¿Cómo consolidar y/o reactivar el sector exterior de la economía? ¿Qué medidas laborales se piensan adoptar? ¿Qué estrategias de gobernanza se defienden? ¿Cuál es la visión internacional que se tiene, en un contexto incierto marcado por la guerra? Estos temas, y otros que pudieran sumarse, constituyen focos de atención de gran prioridad para el electorado. Ante esto, las derechas avivan las actitudes y declaraciones de carácter visceral que, incluso, agreden a lo personal o tratan de enfatizar críticas absurdas, sin fundamento alguno, pero que se repiten sin cesar: una gota malaya en la comunicación, que acaba haciendo mella entre la ciudadanía. Vean, como ejemplos, la utilización del avión presidencial por parte del presidente –como si sus precedentes no lo hubieran hecho–, la pretendida relación del gobierno con un grupo terrorista que ya no existe, o la agitación negativa hacia los inmigrantes que, se dice, ocupan el trabajo de los nacionales y utilizan en demasía los servicios públicos, a pesar de que no hay dato alguno objetivo que avale tales afirmaciones. ¿Qué emociones contraponen a todo esto las izquierdas, cuando las derechas solo hablan de grandes generalidades, sin entrar en medidas concretas? Expertos en comunicación subrayan que las izquierdas tienen aquí un flanco de debilidad: esa comunicación más directa, apelativa a las vísceras; la configuración de un relato en la línea que hace años propugnó Lakoff. Puede ser; pero, insisto, sin duda, al electorado le interesaría conocer qué proponen, en concreto, quienes divulgan las sandeces del Falcon o de ETA: qué piensan hacer esos propagadores de lo superficial con la sanidad, con la educación, con las pensiones, más allá de invocar la «libertad» y otros conceptos abstractos, sin especificación. Es más: ¿hay alguien en el timón de la política económica alternativa que defienden las derechas? ¿Por qué no se aceptan debates directos, para calibrar la profundidad y magnitud de las propuestas? Probablemente, porque lo único a vender es la bajada de impuestos: otra falacia más. Sin orden ni concierto.