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Un gran matemático es un tipo que necesita 379 páginas para demostrar que 1+1= 2, mientras que al de menor categoría le bastan muchas menos, y ninguna a los que no saben matemáticas. Esto lo dijo el gran Bertrand Russell, matemático, lógico y filósofo, pero sin embargo Premio Nobel de Literatura en 1950. Y no sólo lo dijo, sino que necesitó 379 páginas para decirlo, además de casarse cuatro veces. Esto podría parecer la consagración matemática de la palabrería, la apoteosis del parloteo, pero lógicamente no es así, ya que esta palabrería científica no tiene nada que ver con la palabrería en sí, acaso el fenómeno más notable, y exasperante, del siglo XXI. A vista de pájaro, todas las ciudades aparecen cubiertas por un grueso manto de palabrería, más tóxico que las nubes contaminantes, y aunque a mí como sordo no me afecta, por lo que me informan los pobres oyentes debe ser bastante insufrible.

A veces ese manto desciende como una pesada neblina, desdibujando los contornos de los objetos, y es tal la confusión y algarabía de ese parloteo global, que la gente no distingue ni lo que tiene delante de las narices, y algunos en lugar del cigarrillo intentan fumarse el bolígrafo, o calzarse los guantes. No hay forma de bajar el volumen de esa palabrería incesante, y por si fuera poco, los medios de comunicación (no sólo digitales) están plagados de individuos e individuas que, sin conocer de nada a Bertrand Russell, se pasan la vida demostrando que 1+1= 2. Con una diferencia, que es lo que caracteriza la palabrería en sí, la que cubre el planeta y no tiene nada que ver con la científica. Que jamás lo logran. Nunca demuestran nada. O mejor dicho: Ni eso consiguen demostrar. Cualquiera sabe cuánto acabará siendo uno más uno. Lo único que se sabe, si aplicamos la lógica del contexto (de la palabrería), es que si al Gobierno esa suma le sale, digamos, catorce, a la derecha opositora le saldrá precisamente menos catorce. Y es que, a su modo, la palabrería puede ser muy exacta. De ahí que se guíen por ella sociólogos, politólogos, publicistas y autores de novelas negras. Yo no la oigo apenas, por lo que carezco de guías y referentes. Nunca sé dónde estoy, ni adónde voy.