El sábado iba a ser el día más feliz de mi vida con la retirada de la exigencia del certificado COVID de los eventos culturales, porque un servidor está en contra de cualquier medida dictatorial y más aún cuando es una soberana tontería que promueve un chantaje: obligar a vacunarse. Craso error. Inmediatamente, lo añoré al no formarse ningún tipo de embotellamiento en la puerta de acceso. No había roces, ni toques de manos, codos, pecho y cadera, ni enfados, ni tocapelotas que te piden el libro de reclamaciones, ni gente que te tose a la cara cuando tratas de enfocar el código QR del certificado con tu pantallita, ni padres que te intentan tangar con la edad de sus hijos: «Si tiene once años», cuando le ves hasta patas de gallo, bíceps de camionero y nicotina en los dedos (y un paquete de Durex en el bolsillo trasero).
Profunda nostalgia
Palma15/02/22 4:00
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