Ca'n Amer, en el polígono de Lloseta.

TW
0

Ca'n Amer ha sido durante muchos años una referencia para los amantes de la cocina tradicional mallorquina. En Inca, este celler era cita obligada para sus muchos clientes, que lo visitaban en la confianza de que iban a degustar los platos que preparaban doña Antonia Cantallops y su marido, José Torrens. Fuimos legión los que lo disfrutamos hasta que, tempus fugit, cerró sus puertas. Afortunadamente, todo fluye y uno de los hijos, Tomeu Torrens Cantallop –que llevaba los mandos del celler desde 2004–, ha actualizado el concepto, manteniendo buena parte del recetario que hizo grande la cocina de Ca'n Amer. La reinvención ha sido sustancial, porque ha apostado esencialmente por el negocio del cátering, instalándose en el polígono industrial de Lloseta, rodeado de un entorno nada glamuroso: una enorme fábrica de cemento, con una torre que asemeja una nave espacial a punto de despegar y varias empresas de componentes de construcción. Allí, en la zona Vitrac, en una gran nave, elaboran platos de cocina tradicional mallorquina destinados a los encargos de sus muchos clientes.

Y, paralelamente, Torrens ha aprovechado para montar un amplio y austero restaurante con mesas que se pueden juntar para atender a grupos amplios, y una zona de terraza cubierta, más desenfadada. Un restaurante ‘poligonero’ donde da de comer a una clientela, la mayoría de los alrededores, aunque cada vez más frecuentada por comensales que vienen ex profeso atraídos por el boca a boca de que «son los de Ca'n Amer». A medio día, Tomeu y su eficiente equipo sirven un buen menú, muy mallorquín, en el que se pueden elegir platos de una carta amplia y variada por un razonable precio de 18,5€, que merece mucho la pena.

Obviamente, el local tiene sus limitaciones. No es lujoso, pero sí correcto, con una llamativa decoración de sartenes de cobre. Las servilletas son de papel, y platos, cubertería y copas, dignos. Pero, y eso es lo importante, la comida es excelente y –a pesar de estar elaborada para atender con su cátering a muchos clientes–, mantiene el espíritu con el que se preparaban los platos en el antiguo Ca'n Amer. Sin ir más lejos, esto es lo que nosotros elegimos: sopas mallorquinas, bien presentadas en tartera de barro, con una gran abundancia de verduras y justa proporción de pan, coronadas por dos rabanitos y guindilla. Espléndido tumbet de jugosa cama de verduras y patatas; como platos principales, jugoso frito de cordero; magníficos calabacines rellenos de marisco, acompañados de patatas confitadas sobre una salsa muy bien ligada; y, sorprendente para un menú del día, unos tacos de atún a la plancha, acompañados de tartaleta de patata, hongos y zanahoria, estupendos de sabor.

Pero atención al resto de la oferta de ese día: crema de calabaza y coco; mozzarella con tartar de tomate y aguacate; frito de verduras; croquetas de camaiot o de chipirón; espaguetis con salsa de queso y sobrasada; tumbet con huevo frito; y como principales: canelón de lechona; lechona asada; pollo teriyaki; frito de cordero; calabacín relleno de marisco; frito marinero; bacalao gratinado y atún rojo a la plancha. Para terminar, disfrutamos de un sabroso pudding con helado entre unos postres donde también se podía elegir flan de nata, gató, banoffee, tarta de queso con chocolate o fruta. La lista de vinos, amplia, especialmente de la zona. Buen restaurante de menú diario con la esencia de una cocina bien rodada en el celler familiar, que ha sido capaz de perseverar en ese concepto tradicional, honesto y de calidad.