«En París, donde el clima, como en muchas otras cosas, fantasea, lo que confirma el retorno del invierno no es el hielo, ni la nieve, ni los abrigos de pieles… El verdadero rostro del invierno es la sartén del hombre que vende las castañas sobre su brasero rojo, delante de las tiendas o los cabarets, cuando os manda permite oler, cuando vais por la calle en medio de un aire que corta el aliento, ese buen olor de castaña asada. Pero mucho más decisivo todavía es el canto de las patatas fritas, que, dentro de un mar de grasa hirviente, crujen y tiemblan, dorándose poco a poco en la freidora, y nos muestran sobre su ropa brillante como la del cuento de Piel de Asno, todos los ardores y todo el fiero resplandecer del sol desaparecido. Nada es más bonito que una patata frita, coloreada como el ámbar o el topacio, más viva, apetitosa y aliñada con buena sal, como una flor espolvoreada con el rocío».
Théodore de Banville y un souflé de patatas parnasiano
El poeta, dramaturgo y crítico teatral fue uno de los principales precursores del Parnasianismo
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