La Guardia Civil buscó huellas de los implicados en la escena del crimen.

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Era el día que cumplía 26 años. Danny Hastelow, un camarero en paro de Magaluf, fue atacado mortalmente el 13 de enero de 2008 por dos compatriotas. Fue la última pelea del joven, un habitual de los trifulcas en aquel núcleo turístico de Calvià y que bebía más de la cuenta. Esta es la crónica de un homicidio que se saldó con una condena de 18 años de cárcel para el autor material de las puñaladas.

La noche de su cumpleaños Danny salió solo de copas. Estaba triste y quería volver a Wasal, en la periferia de Birmingham, donde había nacido. Las cosas no le habían salido en Mallorca como esperaba, aunque su carácter tampoco ayudaba mucho. Bebía más de la cuenta, enloquecía y se ponía muy violento, en especial con otros compatriotas de Magaluf, turistas o residentes. Iba pidiendo dinero a los transeúntes, para tomarse la última copa, y se topó con Richard Henry R. y Paul Anthony G., con lo que ya había tenido problemas. Los insultó y se encaró con ellos, y luego regresó tambaleante a su apartamento, en la calle Contraalmirante Riera, en Magaluf.

El colchón lleno de sangre de Daniel Hastelow.

En el piso había más jóvenes, pero Danny se metió en la cama. Tenía una corpulencia tremenda y era un experimentado luchador de kickboxing. De repente, irrumpieron en el habitáculo los dos agraviados, Richard y Paul, que lo atacaron aún somnoliento. Lo cosieron a puñaladas y después huyeron. Cuando los médicos llegaron al apartamento Danny había perdido mucha sangre y poco después falleció. La Policía Judicial de la Guardia Civil se hizo cargo de la investigación y los acusados fueron detenidos. El arma homicida la habían tirado al mar, y los GEAS de la Benemérita peinaron amplias zonas, en su búsqueda.

Los GEAS buscando el arma homicida en Magaluf.

El juicio contra ellos arrancó un año después. Richard Henry Roberts, el hombre que asestó siete puñaladas a Daniel Hastelow, era una persona «tiránica, falta de empatía, manipuladora y con baja tolerancia a la frustración», según la psicóloga que le examinó tras el crimen. Todos estos rasgos, según la perito, configuraban la personalidad de un psicópata que, eso sí, era perfectamente consciente de sus actos. Respecto al otro de los acusados, Paul Anthony Griffiths, la psicóloga destacó su frialdad y falta de arrepentimiento ante lo ocurrido.

La segunda sesión del juicio por la muerte de Daniel Hastelow transcurrió de revés en revés para las defensas. Los forenses que realizaron la autopsia constataron que la víctima no realizó más gesto para defenderse que darse la vuelta, lo que puso en entredicho la tesis de la defensa a una agresión. Los análisis de la víctima reflejan que había consumido una gran cantidad de alcohol.

En concreto presentaba una tasa de 1'94 gramos por litro de sangre, es decir, cuatro veces la cantidad prohibida para conducir. Según los forenses, en este estado era «muy difícil» que la víctima pudiera mantenerse en pie. De hecho, los dos facultativos coincidieron en que era probable que se encontrase dormido. El hecho de que Hastelow no pudiera defenderse está avalado también por las heridas que sufrió. Ninguna de ellas muestra que opusiera resistencia a la agresión.

Los acusados del crimen en los juzgados de Palma.

Todo lo más que hizo, según los forenses fue darse la vuelta. La autopsia reveló un fuerte golpe en el vientre de la víctima, propinado con un bate. Este impacto se produjo al mismo tiempo que las puñaladas. El fallecido recibió un total de siete puñaladas: una en la pierna, dos en la espalda y cuatro en el tórax. De ellas, dos fueron mortales. La proximidad de las cuatro del pecho hizo pensar a los forenses que Hastelow no se movía cuando las recibió.

El jurado popular emitió un veredicto de culpabilidad contra el autor material de las puñaladas y otro de inocente contra el otro procesado. Luego, el magistrado Eduardo Calderón fijó una pena de 18 años de prisión para el único condenado por el asesinato del súbdito inglés. La sentencia concedía a la fiscalía el total de la pena que pedía para Richard Henry Roberts por asesinato, y le obligó a que indemnizara a la familia de la víctima con 90.000 euros.

El fallo recogió el veredicto de inocencia dictado por el jurado popular que enjuició la causa contra el otro de los acusados, Paul Anthony Griffin. Eso sí, al hablar de esta absolución, el magistrado ponente de la sentencia lamentó que «las explicaciones que ofrece el jurado en el acta, son más que escuetas o sucintas, lacónicas, y quizás hubiera sido deseable una mayor extensión y algún razonamiento adicional». Eso sí, el juez advirtió que esto no era motivo para rechazar el veredicto, dado que la ley exige al jurado que explique por qué condena y no, por qué absuelve a un acusado. Finalmente, Danny fue enterrado, pero tampoco entonces encontró la paz. Se equivocaron de tumba.