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El reconocimiento del catalán como ‘lengua propia’ de Baleares, en el Estatuto de autonomía, fue el principio del fin para la ancestral lengua regional de las islas. Denominar catalán a lo que nunca se llamó así propició también la dictadura normativista que se lleva imponiendo desde hace más de 30 años en las escuelas y en la administración pública. Una aberración histórica y lingüística llevada a cabo a través de subvenciones públicas millonarias para la creación de la entelequia de los ‘países catalanes’, en su vertiente cultural y política.

Aun así, una amplia mayoría de mallorquines, menorquines, ibicencos y formenterenses apoyamos una manera de escribir, y hablar, utilizando las palabras, dichos y giros que han llegado de padres a hijos hasta nuestros días. Por eso, siempre he reivindicado que en Baleares se empleen todas las palabras mallorquinas, menorquinas, e ibicencas posibles, para que se reconozcan, escuchen y respeten.
Nuestras, acomplejadamente llamadas, ‘modalidades insulares’ tienen suficiente entidad desde el punto de vista histórico, filológico, lingüístico y cultural como para no tener que estar sometidas a un catalán estándar ortopédico. Y, por supuesto, para que la denominación oficial sea la histórica de nuestra lengua balear, el mallorquín, menorquín, ibicenco, y formenterense.

El balear, como lo llamaba Alcover, también llamado desde antiguo mallorquín, por ser Baleares el Reino de Mallorca hasta mediados del siglo XIX, es la expresión de sus hablantes desde la época romana, y fue convertido en idioma en el siglo XVI al ser codificado en una gramática completa por don Juan Binimélis en 1595, por los trabajos de don Juan Fiol en 1651, por don Miquel Reus en 1694, por don Antoni Mª Servera en 1812, por don Juan José Amengual en 1835 y 1872, por don Tomás Forteza en 1881, hasta llegar a don Antonio Roig Artigues que editó la Gramática de la lengua balear en 1984, o la Gramática normativa elaborada por la Real Academia de la Lengua Balear en 2005.
En cambio, el catalán, no fue oficialmente codificado hasta 1918 por don Pompeu Fabra. Con anterioridad a esta gramática catalana era reconocida dicha lengua como un dialecto del Provenzal.
Y no detallo, por falta de espacio, las más de 50 obras en las que desde el siglo XVI los intelectuales baleares, siendo fieles a las gramáticas mallorquinas, plasmaron que en esta lengua estaban escribiendo, y no en un supuesto catalán.

Estas obras existen, se pueden estudiar, analizar, contrastar, y, en el caso de las gramáticas, actualizar. Debemos conseguir, antes de que sea demasiado tarde, que se enseñen a nuestros escolares y estudiantes como un valioso legado cultural que nos explica cómo el balear, tesoro lingüístico español, ha llegado hasta la actualidad. Es ahora cuando más peligro corre al intentar ser sustituido por el catalán, gracias a las instancias educativas y culturales, públicas y multisubvencionadas, desde donde inventan una historia, cultura y lengua para legitimar los fines políticos del separatismo pancatalanista.
La tozuda realidad histórica demuestra que el mallorquín, menorquín e ibicenco forman una estructura lingüística distinta de ese catalán que se impone desde la administración pública, gracias a convertirla en ‘lengua propia’ de Baleares con la aprobación, por los partidos políticos de siempre, de un estatuto de autonomía que nunca fue votado por el pueblo. Como dijo el escritor mallorquín Llorenç Villalonga: «Estamos convencidos de que nuestra identidad no peligra frente al castellano ni el inglés, pero sí frente al catalán».