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El salto del tal Koldo al pasar de vigilante de mancebía sin más experiencias que las que da el oficio, con dos condenas judiciales a sus espaldas, a ser asesor de un ministro, militante ejemplar (Sánchez dixit), cargo de confianza (hasta tal punto de que el hoy presidente le encargara la custodia de los avales para concurrir a las primarias) y consejero de RENFE es ejemplo paradigmático de los espabilados que parasitan los partidos en busca de un jefe a quien adherirse y servir. Suelen ser gente sin preparación, astutos, aduladores, serviciales, diligentes y dispuestos a todo por defender a su señor. Un híbrido de conductor, mayordomo, escolta, matón y hombre de paja. Pero sobre todo, de lealtad insobornable, valor muy a considerar en política, en la que se vive rodeado de navajas. Es el individuo que, sin ser nada, actúa con el poder que le delega tácitamente su amo.

El primero que conocimos de esta especie fue Juan Guerra, del que nos hubiéramos quedado sin saber de sus andanzas de no mediar su mujer, despechada por su abandono, que cantó todas las miserias del ex marido.

Otro con relevancia internacional fue Luis Roldan, que se inventó un título de economista y llegó hasta la DG de la Guardia Civil, alcanzando a juntar un patrimonio inmobiliario de una decena de pisos en Madrid. Su Judas fue el no menos famoso Paesa, el que se inventó el montaje del capitán Khan.

La respuesta de los partidos cuando estos especímenes son descubiertos en maniobras corruptas, es demonizarlos y hacer lo que el cínico capitán Louis en Casablanca: ¡Qué escándalo, aquí se juega!, cuando él mismo había compartido el tapete verde en el local de Rick. Pero si el partido se entera por el chivatazo de un juzgado o la policía de que hay una investigación en marcha, se tocará al fiscal o al juez, si simpatizan con su ganadería, para intentar minimizar los daños o conseguir, incluso, archivar la causa.

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Esta vez, de no haber habido denuncia del PP y su correspondiente información periodística sobre los hechos, quién sabe si el aizkolari hubiera llegado a ocupar la poltrona de un ministerio. ¡Y cuántos como él habrá habido sin que nos hayamos enterado! Es evidente que los acusados han recibido información que les ha permitido maniobrar a su favor. Y seguirá pasando hasta que no se corrija la anomalía del deber de los policías de reportar a la cadena de mando sobre el asunto que están investigando a las órdenes de un juez. Ahí está el coronel De los Cobos, compuesto y sin fajín de general. Por otro lado, a los fiscales les pasa lo mismo con su jefe, un cuerpo jerarquizado. Entre unos y otros, la información llega siempre a quien tiene que llegar para que la autoridad política pueda maniobrar en el sentido que le interese.

En este caso, esta autoridad ha decidido cortar la cabeza de Ábalos para que sirva de parapeto. Pero si tocara defender a algunos de los procesados, hay más herramientas: archivar la causa o eternizarla como en el caso de los Pujol, echar mano de una enfermedad, como en el caso de Griñán y, en penúltimo caso, utilizar el indulto. La última herramienta legal es la Amnistía, pero ese es un recurso extraordinario que solo se utiliza para cuando lo que está en juego es hacerse con el poder, aun sin haber sido el partido más votado.

Este es el máximo grado de corrupción: el borrado del delito y, con ello, la quiebra de la división de poderes y el principio de igualdad ante la ley; el dinero que se les entrega a los chantajistas, conecta con la corrupción común; y la desconstrucción constitucional constituye un delito de lesa patria.

Seremos implacables ante la corrupción, caiga el que caiga. ¡Hay que joderse!