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Según una corriente científica mencionada por el escritor Paulo Coelho «lo que sucede una vez puede que no suceda nunca más». En cambio, según la escuela pitagórica, la manifestación de una dualidad es algo que aún no ha finalizado su ciclo, que no está completa hasta que se añade un tercer elemento.
Hasta ahora teníamos al PSOE de Sánchez y a Junts del prófugo componiendo una pareja de baile en la que no podían estar muy separados para poder oírse ni muy juntos para no abrasarse. Eran una dualidad incompleta que Sánchez y Puigdemont manejaban a su antojo.
De Núñez Feijóo podía decirse que es un líder apagado, de perfil bajo, que no comunica bien, pero parecía consecuente. De repente, nos dice en privado (pero para que lo sepa todo el mundo) que podría pensar en un indulto para Puigdemont. No da explicaciones, dejando perplejos y ojipláticos a tirios y a troyanos.
¿Qué mosca le ha picado? ¿Qué es lo que provoca que el PP no consiga tener un dirigente, un líder digno de ese nombre?
A Núñez Feijóo le persiguen las meigas del pasado y le desacredita su incapacidad del presente para gestionar una oposición robusta, coherente y sensata.
Convengamos que Pedro Sánchez está poniendo en grave peligro el orden constitucional. Pero la alternativa que presenta ahora el PP es desconcertante. Muy desesperado tiene que estar Núñez Feijóo para deslizar su predisposición a conceder un indulto condicionado al residente en Waterloo con lo que hace estallar en mil pedazos la poca respetabilidad que le quedaba. Puigdemont no es Jordi Pujol, es un aliado imposible e indeseable.
Es cierto que tanto Felipe González como José María Aznar pactaron acuerdos de gobierno con la Convergencia de Pujol. Pero entonces era distinto. Pujol era un maestro en tensar la cuerda hacia la ruptura para conseguir más y cuando estaba a punto de romperse, destensaba la situación. En cambio, ahora Puigdemont tiene como objetivo declarado e irrenunciable la ruptura de la cuerda, la llamada república catalana.
La crisis de los grandes partidos puede abocarnos con frecuencia a que tengamos gobiernos de coalición y los partidos extremistas tengan mucha influencia. Pero lo que no es de recibo en un país serio es que el gobierno penda de un prófugo, hasta el punto de que unos y otros puedan plantearse perdonar al golpista su intento de quiebra del país.
A todo esto, ya nadie habla de valores o de principios, excepto el rey Felipe VI en persiste en una cruzada verbal para proclamarlos y defenderlos. Ahora de lo que se trata es de subastar el ejercicio del poder. Antes eran dos. Ahora, como no hay dos sin tres, Núñez Feijóo se ha sumado a la subasta.