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Marga Prohens escribe a Pedro Sánchez; Sánchez escribe a sus ministros y la conselleria de Família i Afers Socials del Govern escribe a sus funcionarios anunciando una huelga que convocaba el sindicato de Vox. Manifestaciones epistolares que encuentran su contexto en el maremágnum de la política.

La presidenta del Govern hace lo que corresponde. Reclamar al nuevo presidente del gobierno aquellas demandas que se renuevan a cada legislatura: el desarrollo de los aspectos fiscales del Régimen Especial de Balears (REB) que ni Francina Armengol pudo arrancar a su jefe de filas; un sistema de financiación adecuado a las particularidades de Balears, que conecta con la condonación de la deuda de Catalunya por mor de los pactos de Sánchez con los independentistas, proceso del que las Islas no quieren quedar al margen, y, a remolque de Canarias (también pactos de Sánchez), la gratuidad del transporte público; y la sempiterna petición de dinero para ferrocarril y carreteras.

Y Pedro Sánchez también hará lo de costumbre: como si escuchara llover. Una displicencia que ni la premura de Francina Armengol por apropiarse de las decisiones que puedan tener incidencia en las Balears podrá amortiguar. De hecho, Armengol no es más que otro peón de Sánchez. Para el presidente, de nuevo en la Moncloa, ha llegado el tiempo de la vendetta, del ajuste de cuentas con todos aquellos que no bailan a su son. Conocida su demostrada tendencia al resentimiento y con una calidad moral más que discutible sus críticos, dentro y fuera del partido sanchista, deben adoptar precauciones para evitar engrosar la ya extensa lista de cadáveres políticos que deja a su paso.

De momento, sus 22 ministros han recibido cariños en una carta en la que el presidente les exhorta a ¡honrar la palabra dada! Su desfachatez es tan escandalosa que, por no llorar, invita a partirse de risa. La palabra dada, dice. Una reciente: reducir la composición del gobierno, por no repetir sus compromisos contra la amnistía y el referéndum. El mismo número de ministros, más 1062 asesores y otros 336 altos cargos. Alguno hay que dejará titulares gloriosos. Oscar Puente, premiado con una cartera de ministro por su papel de dóberman en la investidura fallida de Núñez Feijóo, ya se ha estrenado: ha reconocido que de no ser por la falta de siete votos su partido ni se habría planteado la amnistía, con lo que envía a la basura los pomposos discursos de su presidente sobre España, la concordia, el reencuentro y demás palabrería. De la catarata de análisis sobre el ejecutivo sorprende la insistencia en el poder acumulado por Félix Bolaños cuando en realidad es otro dominguillo, como el resto de sus colegas ministeriales. Solo manda Pedro Sánchez a quien dirige, de momento desde Bruselas, Carles Puigdemont.

La tercera misiva, en este caso electrónica, remitida desde las dependencias de la secretaria general de la Conselleria de Família i Afers Socials, daba publicidad a la fracasada convocatoria de huelga general que pretendía el sindicato de Vox. Es una evidencia más de las dificultades de digestión del hecho de que el presunto aliado del Govern sea el más encarnizado adversario, se comporte como tal y no dude en aportar argumentos al discurso del miedo a la extrema derecha que practica la izquierda.