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Vox es un mal socio de Govern y tiene prisa por demostrarlo, de acuerdo con las instrucciones de su dirección nacional –en el partido de Abascal se practica el centralismo nada democrático del ordeno y mando–, en el sentido de presionar al PP y marcar perfil propio con el objetivo de alcanzar la primogenitura en la derecha que las urnas le negaron.

Esta semana, en el Parlament, la extrema derecha ha votado con la izquierda contra la propuesta de gasto del Govern para 2024, paso previo a la elaboración de los Presupuestos, por la falta de apoyo del PP a la ofensiva de Vox para erradicar el catalán de la educación y la función pública; la meta siguiente son los medios públicos audiovisuales: para programar en castellano en IB3, sobran esas alforjas. Y eso que Santiago Abascal ha utilizado la derrota de sus homólogos polacos para arremeter contra el PP, que «en Europa y en España prefiere pactar con el socialismo y contra el sentir de sus propios votantes». En Balears, los únicos que han hecho lo que denuncia el líder reaccionario son sus propios conmilitones. Todo ello para mayor regocijo de la izquierda, que ya se recrea en la ensoñación de que Vox embarre el ambiente hasta hacer posible de nuevo aquellas movilizaciones de hace unos años contra las políticas de Bauzá.

En un primer momento, el PP, a través de su portavoz, Marga Durán, estuvo a la altura del desafío ultra, apelando a las líneas rojas del PP, el cumplimiento del Estatut: «no pagaremos cualquier precio por seguir gobernando, como hace Pedro Sánchez». Con el añadido tranquilizador de acordar con la comunidad educativa cualquier modificación relativa a la elección de lengua. Pero qué poco han tardado los populares en rendir sus pretendidas líneas rojas. La misma portavoz: «No nos oponemos a empezar por la Educación Infantil y el primer ciclo de Primaria y que se extienda a todas las etapas educativas desde el próximo curso», es decir, las demandas de Vox. Y la frase mágica: no es una ruptura ni una crisis. ¿Entonces? Una tomadura de pelo. La posterior supuesta firmeza del PP en ceñirse a los acuerdos firmados con Vox no deja de ser una raya en el mar, en tanto en cuanto en esos famosos 110 puntos de la alianza está el origen de las renuncias de los populares. En cualquier caso, tiene motivos Vox para andar exultante, a pesar de la crisis interna que lleva arrastrando desde mucho antes de las elecciones y que se manifiesta periódicamente.

El último capítulo del ambiente enrarecido en las filas de los ultraconservadores ha sido precisamente a raíz del voto en contra del techo de gasto que el Govern llevó al Parlament. El portavoz adjunto de Vox, Xisco Cardona, ha sido depurado de su función por haberse mostrado partidario de aceptar debatir su proposición sobre la imposición del castellano en un próximo pleno y no obstaculizar el trámite anterior a los presupuestos. En esa crisis interna Vox muestra momentos estrambóticos: el sector crítico del partido ha denunciado que la cúpula infiltró a un topo entre sus filas. Como en las películas de espías.

Al final, ni el fanatismo de Vox contra el catalán, ni el de la izquierda contra el castellano. O el PP pone pie en pared y hace valer la sensatez o el Govern de Marga Prohens corre el riesgo de ser un paréntesis.