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Todos contemplamos con horror lo ocurrido en Israel. Nos espeluzna la masacre de toda clase de personas, la destrucción de las ciudades, el pánico ante las alarmas, el intento de huida desesperada de quienes son atacados, la crueldad inhumana de los terroristas. Pero hay quienes no se fijan en eso, porque van más allá. Los gobiernos del mundo, los mandos militares de los ejércitos mejor entrenados aún están anonadados con lo que ya se ha bautizado como las «tácticas de Hamás», ese despliegue inesperado de creatividad, medios y descaro con el que el grupo terrorista islámico se ha reído en la cara de la Inteligencia más poderosa del planeta.

Algo muy parecido al shock que sufrimos aquel ya lejano 11-S que cambió las reglas del juego también con una iniciativa completamente novedosa y letal. Corea del Sur, país técnicamente en guerra con su vecino del norte y bajo la protección de Estados Unidos, estudia con detalle el asalto palestino para dilucidar si su frontera, el famoso paralelo 38, podría sufrir un evento similar. No es descabellado pensarlo. Y Seúl, la macrocapital, solo está a cincuenta kilómetros. Se sabe que gran parte del presupuesto nacional de Kim Jong Un se destina a defensa y lleva meses soltando misiles de forma continuada a modo de bravuconada.

Más cerca, parece que podríamos estar tranquilos con nuestras propias fronteras, pero quién sabe. El mundo gira de un momento a otro. Las incomprensibles concesiones de Pedro Sánchez a Marruecos en el tema saharaui han sellado una paz inestable con el vecino del sur, pero nunca dejan de escucharse cantos de sirena sobre la marroquinidad de Ceuta y Melilla, incluso de las Islas Canarias, alentados por algunas voces de nuestra izquierda buenista.