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Es una bolsa vulgar, con el fondo blanco y líneas azules y rojas que van formando cuadros no muy grandes. No sé de qué material está hecha, pero no es una bolsa de plástico como las de los supermercados. Tampoco es de rafia ni de tela. Es una bolsa muy grande. Probablemente, en ella cabría la ropa de todo un armario o la compra para una semana. Esta bolsa está en todas partes. O, al menos, yo la veo en todas partes. Así que me figuro que, si yo la veo, todo el mundo podrá verla. La primera vez fue en 2007. Habían venido unos amigos de la Península a casa a pasar el verano y la habían comprado en un bazar porque, a pesar de llevar maletas, las cosas que iban adquiriendo no les cabían ya en ellas. Así que la bolsa estuvo en nuestra casa. Dentro había un colchón hinchable en forma de cocodrilo y un juego de careta y patos para bucear. Evidentemente, cuando se marcharon se llevaron la bolsa. No pasó mucho hasta que la vi de nuevo en algunas tiendas de souvenirs y en unos chinos, junto a la entrada. Estaba la bolsa y, al lado, paquetes de tierra para plantas de interior y exterior. Me dije: oh, la bolsa otra vez. Pero no me extrañó. Estas bolsas con tanta capacidad son muy prácticas, y en los chinos hay muchas cosas prácticas. En fin, que pasó el tiempo y últimamente veo la bolsa en todas las noticias que hablan de desastres humanitarios y en las imágenes de guerras. Primero la vi debajo de unos escombros en Siria. Una familia estaba recogiendo las pocas pertenencias que aún le quedaban. Hace pocos días, la bolsa estaba en Ucrania, también entre los restos de una explosión. Y ayer, en la baca de un coche en Armenia. Esta bolsa no tiene descanso, pensé. A lo mejor todavía no la han visto, pero sin duda la verán alguna vez. Y la reconocerán. Sólo hay que fijarse un poco.