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El día encapotado y el molesto viento sureño no invitaban al paseo, pero debía hacer unos recados en la cercana Alcúdia así que intenté desperezarme la modorra y salí de casa. Alguien me advirtió que el clima propiciaba aglomeraciones en calles y establecimientos, riadas de turistas ansiosos de tomarse una cerveza en la plaza o de comprar un colgante de plata en alguna de las muchas tiendas abiertas al público. Tenía que ir y fui. Finalizadas mis gestiones me senté en la terraza de la fonda Llabrés –la más antigua del lugar– y la verdad es que disfruté en medio de la animación ciudadana. Gente feliz y despreocupada desfilaba ante mis ojos y hasta mis desgastados oídos llegaban conversaciones en distintos idiomas. La dependienta de la farmacia despachaba cremas y algún que otro producto de belleza junto a los medicamentos preceptivos para los usuarios de nuestra Seguridad Social, que todavía funciona bastante bien. En conjunto, me sentí bien tratado en un país amable. Sé que este no es el sentir general de la gente en esos momentos. Quizá yo sea ya un carcamal, un viejo gagá al estilo de Felipe González y Alfonso Guerra a quienes la flor y nata de la opinión publicada socialista niega ahora el pan y la sal, asegurando que son «de otra época». Volviendo a Alcúdia –o a la ‘angustiada’ Palma– me apuesto una bolsa de maravedíes a que el día de los Santos Difuntos, un suponer, sus calles y plazas mostrarán un aspecto más desahogado, quien sabe si incluso desierto.

Hace muchos años viajé a Barcelona con un numeroso grupo de poblers para un evento deportivo. Llegamos muy temprano y los expedicionarios estábamos hambrientos. Antes de las ocho quisimos acceder a un bar de las cercanías de la plaza de España. Un tipo de aspecto somnoliento nos dijo que el servicio estaba cerrado. Le expliqué el caso y le dije que, como propietario del bar, seguro que empezaría el día con una buena caja. «Si yo fuese el dueño –me espetó– no estaría aquí». Un amigo muy cercano no pudo contenerse: su voz sonó enérgica, muy de mi pueblo:

–Y si el dueño fuese yo usted tampoco estaría detrás de esa barra, se lo puedo asegurar.
Mi buen padre comentaba a menudo que tenir sa menjadora baixa es un aliciente para la vagancia. Será eso.