Ya conocerán la noticia: un grupo enorme de gente ha estado todo el fin de semana dedicado a registrar con cámaras montadas en drones la superficie del lago Ness en busca de la prueba definitiva sobre la existencia del monstruo. Pues bien, han transcurrido ya varios días y no tenemos la menor idea de cómo ha ido la cosa, así que aquí sigo, esperando.
Pertenezco a una generación que creció conviviendo con la idea establecida de que había cosas en las que se debía creer y en las que no y para la que la ingenuidad estaba tasada. A ver, si no, por qué cada dos episodios del Capitán Trueno o el Jabato aparecía un tiranosaurio rex persiguiéndoles, un megalodón amenazando con tragárselos o un pterodáctilo lanzándose en picado sobre su globo, cuando en cambio jamás se vio a una bruja realizando un hechizo, un mago haciendo desaparecer a alguien, un fantasma atravesando una pared o un extraterrestre matándonos a todos. Recuerdo incluso que en la reedición de uno de los primeros cuadernillos del Jabato, allá por los sesenta, la censura franquista ordenó eliminar una serie de páginas donde aparecían unas extrañas criaturas submarinas que, por lo visto, se les habían pasado, y cortaron por lo sano, dejando la historia un tanto coja, porque monstruos antediluvianos todos los que quisiéramos, pero aquamanes con superpoderes que seguramente ni iban a misa, ni uno. El monstruo del lago Ness es hoy de lo poco que nos queda de aquel mundo en el que hasta la imaginación tenía sus cortapisas.
Comprenderán, pues, que siga esperando. Y eso que ya va para más de medio siglo.
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