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En todo este desastre del pico no deseado de la selección femenina de fútbol, que ha aguado la celebración más que merecida de las jugadoras, hay un trasfondo cuanto menos desolador: las condiciones laborales de las futbolistas, las reivindicaciones salariales que sirvieron para el plante a la selección de quince jugadoras para conseguir mejoras. Según la periodista deportiva Olga Viza, en los contratos de las futbolistas profesionales había cláusulas antiembarazo y algunas cobraban 300 euros al mes. Al final, consiguieron que en la liga femenina se pagara un sueldo mínimo de 16.000 euros, aunque se ganaron el calificativo de «niñatas». El sueldo mínimo de ellos, por cierto, es de 180.000 euros. Por algo, el 66 por ciento de las jugadoras de todas las selecciones que han acudido al Mundial de Fútbol Femenino tienen un segundo trabajo. Por aquello de llegar a final de mes, poder llenar la nevera y costearse un techo.

Hace una semana, Neymar se fue de viaje a Arabia Saudí en un avión privado Boeing 747. Cada hora de vuelo cuesta 23.000 euros. Mientras tanto, Salma Peleteiro, jugadora de La Roja femenina, ha peleado como una gladiadora ante unas condiciones difíciles. De padre español en paro y madre guineana que tuvo que emigrar a Suiza para mantener a la familia, lo mismo corría que metía goles. Todo esto con una orden de desahucio mediante. Jenni Hermoso salió de las tripas de Carabanchel y con un abuelo portero del Atlético de Madrid que la curtió en parques de barrio. Muchas de las jugadoras de primera o de segunda de la liga femenina de fútbol no cobran o tienen que pagarse los desplazamientos. Y aún así, ganaron la estrella.