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En estas tardes de modorra o siesta, a eso de la hora del té, siempre llama alguien desde un número desconocido. Estuvieron unos quince días sin molestar desde la entrada en vigor de la ley que prohíbe llamadas spam, pero ellos saben que la vigilancia es poca y los usuarios nos relajamos en las denuncias. Han vuelto con ferocidad. Son como los mosquitos, que te atacan desde cualquier sitio y a cualquier hora. Bueno, los mosquitos son más activos desde la puesta de sol, pero estos tíos ya te acosan a las once la mañana y a las nueve de la noche. Eso que se decía antes: inasequibles al desaliento. Ni ley, ni amenaza de sanciones, ni registro Robinson, ni leches. Ellos, a lo suyo y tienen la desfachatez de llamarte por tu nombre. Pero qué mercado es este que tienen acceso a los datos de tu carnet de identidad y quieren que les atiendan con el viejo truco de la familiaridad. No se salva nadie. Compañías de telefonía, oenegés, promociones locales, eléctricas…que van cambiando de números para que no los rechaces.

Se las saben todas y a veces ni contestan a tu dígame, pero ya te registran como disponible. No hay antídoto contra estos ataques mosquiteros que te soliviantan en mitad de la modorra, pero uno se pregunta que si en la radio del coche aparece el nombre de la emisora, por qué no puede aparecer el nombre de la empresa, organismo o lo que sea que te llame. Sería una solución para contrarrestar esta mafia de engaños, disimulos y acosos. La siesta o la modorra son sagradas y deberían ser consideradas patrimonio inmaterial de la humanidad.