TW
0

En esta película (George Nolfi, 2011) un joven congresista David Norris (Matt Damon), en pos del amor por Elise Sellas (Emily Blunt), descubre una realidad paralela controlada por los hombres del Destino.

Nuestros caminos los marcan otros hombres sin sombreros mágicos, pero con dominio de nuestros datos y del relato. S.L. Kanthan analiza en Twitter cuáles son los intereses ocultos de una larga guerra en Ucrania, de la que ya se mira a Corea y su paralelo 38.

A China –siendo el más comprometido con la paz– no le molesta que la guerra dure años. A mayor coste social y económico que el ciudadano occidental asuma en esta guerra, menor apoyo a una futura aventura bélica en el estrecho de Taiwán. Mientras, compra combustibles muy baratos.

Rusia tampoco quiere la paz en la situación actual. Ucrania quedaría medio herida, con peligro de levantarse de nuevo, quizás dentro de la UE, o incluso de la OTAN y Zelenski seguiría en el poder. Putin espera el cansancio de Occidente. Sueña con dominar la costa del mar Negro hasta Odesa, de habla fundamentalmente rusa. Seguir hacia el oeste, y mucho menos invadir un país OTAN, como agita Occidente (Michael McFaul) es mera propaganda sin ninguna posibilidad militar. En todo caso domina el 20 % del país y una situación ‘a la coreana’ aleja la posibilidad de tener una base naval de la OTAN a tiro de piedra de Sebastopol.

El plan de Zelenski es «el que resiste gana» (C.J. Cela). Un giro continuo en países y noticiarios para comprometer alianzas. ¿Qué líder aliado le negará la foto? ¿Quién criticará luego la corrupción ucraniana?

EEUU es el menos interesado en la paz. Su auténtica lucha es con China, como ha quedado patente en la reunión del G7. El camino que llevaba Europa –con la OTAN en estado de muerte cerebral (Macron 2019), vínculos comerciales sólidos con Rusia y China y un emergente bloque euroasiático de poder y comercio– representaba una amenaza intolerable para la hegemonía de los EEUU, que siempre ha impuesto sus artimañas, sanciones, o invasiones, para medrar con riquezas ajenas. La guerra en Ucrania –que la CIA promovió desde 2014– permitió romper esa alianza; imponer a Europa su gas natural y petróleo a precios mucho mayores a los que se compraban a Rusia; reactivar la OTAN de la cual es el líder indiscutible; promover más presupuesto militar, es decir vender y probar nuevas armas; ganar experiencia en la guerra de inteligencia; y frenar la creciente incertidumbre del dólar.

Además le permite combatir a su archienemigo ruso sin poner un solo soldado en el frente, mientras se apodera de las riquezas de Ucrania –como compensación por el apoyo armamentístico– estableciendo acuerdos de privatización del gas y petróleo ucranianos (Chevron, ExxonMobil, Halliburton) y extendiendo sus corporaciones e intereses allí. Las subastas para privatizar el país han sido criticadas por Yulia Timoshenko, ex primera ministra de Ucrania. EEUU quiere una guerra larga pero no más avance ruso que le prive de una parte del pastel. La guinda es impulsar a Ucrania hacia la UE, para que ésta asuma la reconstrucción del país, lo que resultará en un nuevo debilitamiento de Europa por dicho esfuerzo.