En enero de 1973, cuando me dieron el Premio Ciutat de Palma, en una fiesta organizada en el Pueblo Español de Ciutat de Mallorca, en la Sala Magna, en la que actuaban Los Valldemosa, Gabriel Janer Manila me dijo que me iba a presentar a Llorenç Villalonga, que era el presidente del jurado. Lo que pasó fue que me perdí entre el jolgorio de la gente y de los periodistas y no llegué a acercarme al maestro. No sé si vale en mi descargo aclarar que yo entonces tenía 22 años y que creía que las letras catalanas eran poco menos que universales, lo cual no es del todo exacto. La ingenuidad siempre ha sido un lastre en mi carácter, o a lo mejor una ventaja, porque de ilusión también se vive. Yo empecé a escribir creyendo que las letras catalanas y las castellanas estaban interconectadas, y lo que ocurre es que están desconectadas completamente. Por aquella época, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa vivían en Barcelona y le preguntaron a Maria Aurèlia Capmany si los catalanes tenían algún tipo de contacto con los sudamericanos, y ella puso cara de quedarse a cuadros y dijo que no.
Ilusión
Palma07/03/23 0:29
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