Dos cualidades de las estamos hoy tan faltos. Y es que hubo épocas en las que España tuvo políticos extraordinarios. Un buen ejemplo de coherencia y excelencia vital, política, intelectual y personal fue Gaspar Melchor de Jovellanos. Interesado por el arte, Jovellanos era el propietario del boceto o dibujo preparatorio de Las Meninas de Velázquez; además, fue retratado por Goya en 1798. Fue un viajero incansable por las impracticables encrucijadas españolas. Como opositor y aspirante a una canongía en Tuy, no le fue nada bien.
Tenía entonces veinticuatro años. Por la mediación de sus parientes, el todopoderoso conde de Aranda –que ya había oído hablar del joven asturiano– propuso al rey y al Consejo de Castilla el nombre de Jovellanos para alcalde del Crimen en Sevilla (1767). En 1797 es designado embajador en Rusia. Tras ocho meses de intrigas, al final cae Jovellanos y el 15 de agosto de 1798 es apartado del Ministerio de Gracia y Justicia. Vuelve a refugiarse una vez más en su patria chica, Asturias. Más adelante, aparece elogiado en una edición española de El contrato social, motivo suficiente para que la Audiencia de Oviedo tome cartas en el asunto: Jovellanos es apresado y conducido (1801) por unos pocos soldados, que acabaron haciéndose amigos suyos, a Barcelona y desde allí hasta Mallorca.
En la Isla de la Calma, Jovellanos fue confinado (no preso) en la Cartuja de Valldemossa. Concretamente, y dentro de lo que hoy es el complejo cartujano, en la cartuja vieja o Palacio del Rey Sancho. En la celda que ocupó un letrero advierte cómo este «prócer arregló y enriqueció la Biblioteca del Monasterio, contribuyó con crecidas sumas a la construcción de la nueva Iglesia... y daba limosnas a los más necesitados». Se llevaba muy bien con los cartujos hasta el punto que, tras salir Jovellanos de Valldemossa para ser encerrado en el castillo de Bellver (7 de mayo de 1802), el prior cartujano, fray Miguel Pasqual, escribe una carta –el ejemplar manuscrito se encuentra en la Biblioteca Nacional– a Juan Miguel Vives y Feliú, a la sazón y desde 1799 capitán general del reino de Mallorca, en la que se lamenta de que Jovellanos tenga que marcharse «la general consternación que esto, no obstante, ha causado en nosotros la separación de un sujeto que con su edificativa conducta y bellos modales se había hecho dueño de nuestros corazones».
En Valldemossa, Jovellanos estuvo muy bien, iba de excursión «a Son Galcerán (...), a sa Baduia, a Son Verí». Posteriormente, las cosas cambiaron y permaneció prácticamente preso (aunque con criado y secretario en según qué periodos) en el castillo de Bellver (1802). En 1808 fue, por fin, liberado. Terminado este segundo destierro, vive el asturiano los avatares de la Guerra de la Independencia y, huyendo de los gabachos, llega por mar a Puerto de Vega, en el occidente asturiano, donde murió en 1811 tras coger una pulmonía. Es uno de los grandes personajes de nuestra historia, su honradez, sentido de la cultura y forma de vivir la vida debería seguir impregnándonos a todos. Desgraciadamente, ya no es así, el mundo ya no gira sobre su propio eje.
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