Miguel Ángel con Jaume Santandreu, ‘alma mater’ de Can Gazà. | Click

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Se llama Miguel Ángel, tiene 48 años, mide 1,68, pesa 143 kilos y vive desde hace unas semanas en Can Gazà. «Padezco obesidad mórbida, de ahí mi peso -nos dijo haciendo un alto en el trabajo que estaba realizando-. De pequeño ya era un niño grueso, pero jamás sufrí ningún tipo de burla por parte de mis compañeros por ello. Es más, los tres o cuatro que teníamos problemas nos juntamos e hicimos piña… Incluso nos llamábamos por los motes que nos habíamos puesto: ‘chino’, el que tenía los ojos achinados; ‘boca hierro’, el que llevaba ortodoncia, ‘gordo’ yo… Nos reímos de nosotros mismos, por lo tanto, no había ningún problema».

El pasado mes de marzo su familia fue noticia. Y es que al ser desahuciados de su casa a su madre, de 144 kilos y con escasa movilidad, le tuvieron que sacar con una grúa, ya que por su propio pie no podía.

Una semana en la calle

«A mi madre y a su compañero (pues no conozco a mi padre, ni tampoco a otros hermanos que tengo por ahí), como se quedaron sin nada les trasladaron a una residencia, mientras que a mí, como no me pudieron colocar en ningún sitio, me quedé unos seis días en la calle hasta que la asistenta me puso en contacto con Can Gazà. Vine, me entrevistaron, y aquí estoy colaborando en lo que puedo y en la medida que mis condiciones físicas me lo permiten, pues no me considero un inútil, pero tampoco puedo hacer según qué cosas como ser cocinero, que me gusta, pero como se tienen que pasar muchas horas de pie, pues no puedo. En cambio aquí hago las cosas que puedo hacer, como preparar el comedor, echar una mano... O lo que me manden».

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Miguel Ángel, en una imagen captada en Can Gazà. Foto: Click

Esos seis días que pasó en la calle no los olvidará así como así, sobre todo por lo duro que es no tener un techo bajo el que cobijarse o algo que echarse a la boca… «Yo solía caminar mucho, estar el menor tiempo posible parado… Cuando me cansaba, me buscaba un banco donde sentarme y por las noches, tras mucho andar, me metía donde podía a esperar a que pasaran las horas y se hiciera de día. Fue duro, sí. Por eso, me meto en la piel de los que viven en la calle desde hace tiempo, y que van a tener que vivir en ella por mucho tiempo más, y no entiendo cómo son capaces de aguantar tanto…».

Aguantan porque terminan acostumbrándose, le dice Jaume Santandreu, que está sentado con nosotros en el comedor de Can Gazà. «Sí, pero mientras tanto lo pasan muy mal, yo lo pasé y eso que solo estuve una semana. Me refiero a pasarlo mal por las noches, porque durante el día podía visitar a mi madre en la residencia, por la mañana de 10:30 a 13 horas, y por las tardes de 15:30 a 19 horas. Lo que significa que a la hora de comer y a la de cenar tenía que ir a buscarme la vida por ahí».

Cuidando a su madre

Hay que decir que Miguel Ángel se pasó los últimos 9 años de su vida antes del desahucio en casa de su madre cuidándola, dándole baños, la comida, metiéndola en la cama… «Todo lo que fuera necesario, pues ella no podía… Por eso fui cuidador de mi madre hasta ese día. Igual que de su compañero, con problemas de corazón, por lo que no puede hacer esfuerzos».

El momento en el que tuvo que ser sacado por una grúa.

Pues pese a todo eso, al no poder trabajar porque su sobrepeso se lo impide y tener que cuidar durante nueve años de su madre, Miguel Ángel no recibe ningún tipo de remuneración económica, ni siquiera la denominada ‘paguita’ que perciben algunos. «Nada. Estoy detrás de ver cómo puedo cobrar la paga mínima vital desde que salió, pero hasta la fecha nada de nada».

Demasiada gente en la calle

Por eso ahora vive en Can Gazà ayudando en lo que puede, o lo que es lo mismo: lo que le permite su condición física. «Y lo hago con gusto pues, pese a ser como soy, no me considero un inútil siempre que pueda trabajar en algo que mi sobrepeso me permita». Santandreu, que ha seguido en silencio nuestra conversación, opina que los gobiernos deberían tener en cuenta casos como el de Miguel Ángel, persona que si no trabaja es porque no puede y porque tiene que cuidar de su madre, enferma durante los últimos nueve años. Cuidarla sin ningún tipo de remuneración. Y encima, cuando llegan las duras, es decir, el desahucio, se queda en la calle sin dinero y sin nada.

Menos mal que se cruzó en su vida Can Gazà, donde como el resto de las personas que viven bajo su techo, trabaja para que no se sientan amparados solo por la caridad y la misericordia. Las autoridades, sobre todo las que tienen que ver con asuntos sociales, deberían tomar nota de que hay muchos casos como el de Miguel Ángel a los que no se les presta la atención debida. De lo contrario, no estaría como está: en la calle, sin trabajo (pues su condición física no se lo permite) y sin un céntimo. Que si no ha naufragado como otros -basta ver cómo están por las noches algunas calles de Palma-, ha sido gracias a Can Gazà. Y si estamos equivocados en esta apreciación, que nos lo demuestren...