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Dentro de unos días se celebrará la festividad de Sant Antoni Abat, al que Mallorca guarda una antigua y especial devoción. Sus inicios podemos situarlos en 1230 cuando la Orden Antoniana recibió del propio rey en Jaume I unas casas en la actual calle de Sant Miquel de la recién conquistada Madina Mayurqa para establecer su convento y hospital.

En aquellas fechas fue especialmente invocado y su figura contaba con un importante prestigio y fervor. Sin duda por ser considerado el protector de los animales domésticos y de labor, pero también por su potestad de evitar y curar la enfermedad llamada en Mallorca foch de Sant Antoni. Recibía ese nombre debido a que sus afectados referían experimentar dolores internos de quemadura y las zonas afectadas ennegrecían como si se hubieran quemado. Era considerada una epidemia, aunque en realidad se trata de una intoxicación alimentaria producida por comer pan hecho con cereales contaminados por el hongo Claviceps purpúrea, conocido como cornezuelo del centeno.

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Los alcaloides que contiene, en especial la ergotamina y ergotoxina, causan un estrechamiento del sistema circulatorio que llega a producir gangrena, ocasionando a menudo la amputación del miembro afectado o la muerte del sujeto. Su celebración sigue teniendo un notable peso en nuestra part forana, sobre todo en el entorno de la Albufera, principalmente en sa Pobla y Muro, donde supieron crear la espinagada, sencilla y soberbia empanada, necesariamente picante, específica de esa fecha. En su revetla es típico el consumo de charcutería porcina, preferentemente a la brasa, quizás porque en la iconografía habitual del santo aparece siempre acompañado por un cerdo. Las hagiografías antonianas lo señalan como una hembra de jabalí la ceguera de cuyos jabatos remedió el santo milagrosamente, en agradecimiento de lo cual la madre le acompañó siempre. Con el tiempo se identificaría este animal con un cerdo, convirtiéndose en símbolo de Sant Abat, por lo que los charcuteros lo adoptaran como su patrón religioso entre los siglos XV-XVI.

Esta presencia del cerdo en la iconografía antoniana se vincula también con cierto privilegio a su orden religiosa, por el cual podían tener una piara de su propiedad, autorizada a deambular libremente y sin límite, por el entorno urbano. Uno de sus mejores ejemplares era rifado anualmente a beneficio de los enfermos acogidos en su hospital. Pere d’Alcàntara Peña versificó el ritual de dicho sorteo. Otro vínculo del santo con ese animal podemos advertirlo en la repostería propia de su celebración. Una de nuestras gloses recuerda que: Sant Antoni és un sant vell,/ es més vell que hi ha a s’ermita,/ ell mos dona pasta frita/ i coques com un garbell. Además de las pastas fritas, principalmente buñuelos, sus conocidas y grandes cocas dulces incorporan sobrasada u otros derivados del cerdo. Así ocurre con las cocas de gran tamaño, adornadas con sobrasada, típicas de Artà o las que se hacen en Inca que suelen llevar a menudo finas lonchas de ventresca espolvoreadas ligeramente de azúcar.