Según Toni Lort de Cuchillería Amengual, en Palma, un comercio con setenta años de solera, afilar un cuchillo «es todo un arte». No se equivoca. El tema no es bufar i fer ampolles, como dicen en mi tierra. Se requiere de un profundo background para hacer las cosas «como toca». Primero, hay que decidir qué tipo de filo deseamos obtener, ya que no es lo mismo un cuchillo de mesa que una navaja de afeitar, un cuchillo de campo, de carnicero o, qué demonios, un sable de caballería como el del almirante Nelson. Ya imagino, querido lector, que en sus menesteres cotidianos no utilizará un sable de ‘abordaje’, de modo que mejor nos dejarnos de sibaritismos y nos centrarnos en herramientas convencionales, las que pasan por las manos de nuestro protagonista a diario.
Una vida tras el torno
Toni Lort es una de las cabezas visibles de una profesión en vías de extinción: el afilador
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