Catalina Capó junto a Maria Antònia Oliver y Guillem Mir mostrando el libro que recupera la historia de su padre. | Memòria Histórica

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Catalina Capó, hija de Jaime Capó Amengual, aún mantiene viva en la retina (con 94 años de edad) la imagen de su padre besándola el día que se lo llevaron los falangistas. Tenía entonces siete años. Desde la residencia de DomusVi en Palma explica ahora lo que supone para los familiares recuperar a los suyos y que la verdad, aunque tarde, salga a la luz. Jaime Capó Amengual ha sido durante 80 años uno de los desaparecidos forzosos en nuestro país. Lo encontraron en la fosa de Porreres y hoy está enterrado en una tumba de la iglesia en su pueblo natal, Búger.

«Encontrarlo para mi fue una alegría, jamás habíamos pensado que podríamos recuperarlo. El día que nos entregaron sus restos fue un día de fiesta. No tenía ganas de llorar. Para mi era un homenaje que le estaban haciendo. Yo tenía siete años cuando le vi por última vez. Me acuerdo de que cuando se lo llevaban los falangistas con fusiles se inclinó y me dio un beso. Nunca lo volví a ver. Estaba en la prisión en el castillo de Bellver. Mi madre y yo íbamos a la casita del guardabosques y le llevábamos la ropa limpia. Un día nos dijeron que ya no estaba allí, que le dieron la libertad, pero nunca llegó a casa», recuerda.

Catalina Capó (en la imagen junto a Jaime Capó) tenía solo 7 años cuando desapareció su padre.
Catalina Capó en una imagen del archivo familiar de la mano de su padre Jaime Capó.

Nunca creyeron que les hubiera abandonado. «De momento no sabíamos nada, esperábamos que llegara a casa y luego al ver que no llegaba mi familia (la hermana mayor de mi madre nos ayudó mucho) nos dijo que quizá le habían llevado a un campo de concentración. Fuimos por todos los campos a buscarlo y no estaba en ningún sitio. Había muerto en Porreres y eso no lo decían», lamenta.

«Mi madre no era viuda ni yo era huérfana. Le mataron y negaron su muerte, dice Catalina Capó. Supimos que lo habían matado porque un primo de mi padre de Búger finalmente se enteró de que lo habían llevado a Porreres. Como seguíamos buscándolo le dijo a mi madre: ‘no busquéis más y no lo digáis, porque nos matarán a todos, pero lo mataron en Porreres’», relata.

Sus restos fueron hallados en la primera fase de las exhumaciones en el cementerio de Porreres y ahora reposan en su Búger natal. La pitillera que llevaba encima se la entregó a la presidenta de Memòria de Mallorca «para que no se pierda, porque yo tenía solo un hijo que murió en un accidente». «Creo que estaría bien que se pudiera conservar en un museo», dice.

«Quedamos muy pocos hijos vivos de desaparecidos forzosos, poquísimos. A los que quedan les diría que no se desanimen, que puede que lleguen a encontrarlos. Por ejemplo al abuelo de Maria Antònia Oliver (presidenta de Memòria de Mallorca) no lo han encontrado y Aurora Picornell pensaban que estaba en Porreres y estaba en Manacor. Mientras no prohíban seguir buscando hay que seguir haciéndolo. Es algo justo, pero según qué gobierno tengamos no sé si lo permitirán», concluye.