Gallo Bah, Abdulaye Sow y Yazid Aitaissa son tres jóvenes con un pasado y un presente en común. Salieron de su país de origen antes de cumplir la mayoría de edad con una bolsa cargada de esperanza y sueños, no conocían absolutamente a nadie en España y el idioma les era totalmente desconocido. Tras una larga travesía, uno por tierra, otros por mar, los tres han coincidido en un centro de menores de Mallorca del Institut Mallorquí d'Afers Socials (IMAS) en donde están aprendiendo un oficio que le proporcione un futuro muy diferente al que estaban condenados en su país natal: «En Argelia no hay futuro para mí, tenía que salir de allí», confiesa Yazid Aitaissa, que llegó hace seis meses en una patera, y sorprende por hablar un español casi perfecto y chapurrear mallorquín con algo de vergüenza.
Lo primero que conoció este argelino de España fue Cala Bona; allí desembarcó el pasado 7 de septiembre junto a una quincena de compatriotas. 17 horas en una frágil patera en alta mar, rodeado de desconocidos, sin saber una palabra de español y sabiendo que Mallorca era una isla, poco más. Tenía 17 años y ganas de buscarse un futuro mejor. A Argelia, donde ha dejado a sus padres y dos hermanos, no piensa volver; allí solo hay miseria y un pasado que prefiere no recordar. Quizá por eso no sintió miedo en ningún momento de la travesía. Lo que dejaba atrás era mucho peor.
Tras ser rescatados por Salvamento Marítimo y pasar unas pruebas para confirmar que era menor de edad, entró en un centro de menores de la Part Forana junto a otros siete compañeros en una situación similar. Ahora, Yazid, que domina el castellano en tiempo récord y da sus primeros pasos con el mallorquín, estudia un curso de almacén de alimentación. ¿El futuro? Este joven argelino lo tiene claro: pasa por vivir y trabajar en Mallorca: «He venido para quedarme, he venido para progresar», apostilla.
José Caballero, responsable del centro en el que vive, y que gestiona la fundación Diagrama, asegura que Yazid, al igual que sus compañeros, son el vivo ejemplo de la potencialidad de muchos menores no acompañados: «Si les ayudamos, pueden conseguir lo que quieran. Son chavales con ganas de vivir, de estudiar y de darlo todo. Se merecen que les demos una oportunidad. Y, por supuesto, estaría bien que en las próximas elecciones ningún partido los utilice políticamente».
Gallo y Abdulaye nacieron y se criaron en Guinea; se conocían desde pequeños, pero cuando decidieron salir de su país en 2019, lo hicieron por separado, y sin saber que iban a terminar cruzando sus destinos de nuevo en Ceuta, tras un largo viaje en autobús de siete horas y con un permiso paterno en el bolsillo para viajar. Lo que no entraba en sus planes es que se pasarían los dos años siguientes en un centro de menores de esta ciudad en la orilla africana del estrecho de Gibraltar, con la pandemia de coronavirus como telón de fondo.
Gallo tenía como objetivo llegar a España para estudiar una profesión y un porvenir mejor, en cambio la primera parada de Abdulaye fue Marruecos, adonde se dirigió en un primer momento buscando una oportunidad en un equipo de fútbol; cuando vio que brillaban por su ausencia, fijó sus esperanzas en el balompié español. Se reencontró con Gallo en el centro de menores. Los dos ni siquiera sabían que ya no eran solo Gallo y Abdulaye, dos chavales de 15 años; ahora eran ‘migrados' sin adulto de referencia, un colectivo tan desconocido como criminalizado.
«Nunca sabes lo que te vas a encontrar. No sabes si tener esperanza o sentir miedo -recuerda, Gallo, que ya ha cumplido 19 años y ha pasado de un centro de menores a un piso con varios compañeros en su misma situación-. Pero no puedo quejarme. Me han dado un techo, un hogar y la posibilidad sacarme la ESO, estudiar un FP de Electricidad y encontrar un trabajo», señala este joven, que prefiere no mostrar su cara por pudor.
Abdulaye, en cambio, ha estudiado Fontanería y mata el gusanillo del fútbol en un equipo de la Part Forana en el que siente integrado. Todavía está viviendo en el centro de menores al que llegó hace año y medio y sueña con volver a su Guinea natal dentro de unos años con todo lo aprendido en España para montar su propio negocio de fontanería. Quizás así pueda dar una oportunidad laboral a otros jóvenes guineanos y que no tengan que salir de su país como le tocó a él.