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Después de viajar a Tokio, una de las ciudades más grandes del mundo, en su primera novela, Por qué lloran las ciudades (Temas de hoy, 2019), con el estallido de la pandemia, Elisa Levi (Madrid, 1994) «necesitaba bosque y campo, que mis ojos vieran verde». Así, en pleno confinamiento, decidió trasladarse al bosque, aunque fuera literariamente. El resultado es Yo no sé de otras cosas (Temas de hoy), una novela que evoca el realismo mágico propio de Gabriel García Márquez. La autora participará este sábado 2 de octubre, a las 18.00 horas, en el festival Literatura Expandida a Magaluf (LEM) con el encuentro Literatura no apta para boomers, junto a Samantha Hudson y Clara Ingold. Después, a las 19.00 horas, firmará ejemplares de su novela.

Lea, la protagonista de Yo no sé de otras cosas, vive en un pueblo de apenas doscientos habitantes en el que el odio y se hereda como las vacas o los negocios. Es 2012, y Lea, de 19 años, cuenta a un forastero recién llegado cómo ayer se acabó el mundo. «Para mí era inevitable no hablar del fin del mundo en esos meses de confinamiento e incertidumbre. Pero, a la vez, me daba cuenta de que nadie, ni yo misma, quería hablar de eso. Así que pensé en trasladar el fin del mundo de 2020 al de 2012», justifica. «Al fin y al cabo, el fin del mundo es mantenerse con vida, que la economía se vaya a la mierda y se muera o enferme mucha gente que quieres y ni siquiera puedas llorarles. Después, además, llegó una helada que nos volvió a encerrar y, ahora, de repente, erupciona un volcán. El fin del mundo es muchas cosas, no una explosión, igual es mantenerse con vida a pesar de todo esto», matiza.

El campo y esa España vaciada son otros aspectos clave del relato. «Lea reivindica el lugar de su pueblo desde el cuidado, quiere que el médico pase consulta con más frecuencia no porque a ella le convenga, sino porque el pueblo está lleno de ancianos», insiste. Convencida de que al pueblo solo llegan aquellos que han dejado de ser queridos en sus hogares, Lea vive con mucha expectación y escepticismo la llegada de una familia de forasteros. «Lea critica a los forasteros porque no saben a lo que vienen y ella desconfía todo el rato de por qué vienen. Pero luego, a la vez, a ella le encantaría ser forastera de otro lugar, aspira a salir del pueblo y vivir en una ciudad o en un sitio más grande. El campo es bosque, huertos y aire puro, pero también es estar rodeado de animales muertos, de muchos rencores y de tener que hacer grandes sacrificios. La gente de mi generación, o un poquito más mayores, y además en una ciudad como Madrid, sufre los alquileres imposibles y esos trabajos que no les permite independizarse. Por eso creo que la gente romantiza la vida en el campo, que está muy bien, pero no es el edén», detalla.

Sobre el relato de la protagonista, que cuenta al forastero en lo que dura un cigarrillo con hierba, Levi destaca que «el relato parte de la necesidad grande de hablar, del ‘mira, te voy a contar por qué ayer se acabó el mundo'. Desde el principio supe que tenía que ser muy oral, pero no sabía a quién le podía contar todo aquello. Tenía que ser un forastero que se quedara callado, un hombre mayor, que se quedara quieto a su lado, escuchando, sin hacer comentarios. Ahí la lección la da ella, una chica de 19 años».

Finalmente, acerca del realismo mágico, Levi confiesa que lo ha hecho «a conciencia». «Me encanta el realismo mágico, sobre todo García Márquez y sus Cien años de soledad o El amor en los tiempos del cólera. Era la única forma de acercarme al pueblo y verlo de esa manera, de realismo mágico, donde para ellos todo es verdad», concluye.